Dejando atrás Río Blanco...
Marcado en los días 28 y 29 de julio en el calendario, 2009, con punto de reunión como es típico en Chosica, ese gran día de comienzo ¡me quedé dormido! Al borde de la locura de la desesperación, porque no iba a cancelar esta escapada, para la que incluso hice un anticipado entrenamiento yéndome a Pala Kala (y encima no tenía números celulares de nadie), abordé el primer taxi que aceptó llevarme hasta Chosica, y al precio que me pusiese en la sien (por entonces vivía en La Perla, Callao), cual asalto merecido ¡50 soles! Lo más gracioso, en verdad casi absurdo, es que, ya estando en Chosica, no podía reconocer a nadie, y había entusiastas acampadores con sus mochilas por todos lados.
Durante un descanso (el que mira hacia arriba soy yo).
Casi resignado a acoplarme al grupo que fuese, a donde fuese, si me lo permitían, no sé cómo intuyo que un pequeño grupo cerca de mí hablan de Rapagna, o en verdad es que los escuché mencionar el sitio. Como fuese, me acerco amistosamente a preguntarles si alguno era fulano de tal, que yo soy Antonio, solo que se me hizo tarde ¡y en efecto ellos eran! Vaya suerte. Pero aún más gracioso, y ya no absurdo sino como para desear locamente viajar hacia atrás el tiempo y ahorrar dinero, fue que aún faltaba un integrante más, y simplemente el resto del grupo lo estaban esperando para partir. Aunque ese integrante no era, yo, sino otro más.
De acuerdo, completo el grupo, partimos para Río Blanco en ruedas, y por la gracia de nuestra tracción motora biológica, emprendemos la subida a la Laguna Rapagna (4500 m.s.n.m.). Caminata, campamento para pernoctar, caminata, en un ascenso de 1000 m. de pendiente desde Río Blanco. Exigente, dado que llevo una casa a cuestas. Se trata de los Andes salvajes, puros, un paraje con la travesía del azul de la laguna al blanco del hielo y nuevamente al azul del cielo, tan al alcance de la mano desde Lima. ¿Algo más? Así que ello de si vale el esfuerzo es algo que ni siquiera se me ocurre remotamente. Disfrutaré el cansancio, saborearé el dolor. Y además, estoy rodeado de unos exploradores mucho mejores que yo en este negocio, así que, cuerpo, ni se te ocurra darme problemas.
Hermoso ¿cierto?
Sol fuerte. El de las alturas es engañoso: esa brisa serrana un tanto fría enmascara una segura insolación. Ya me ha ocurrido. Pero simultáneamente, asisto a una clase de geografía con Javier Pulgar Vidal, verificando el cambio paisajístico entre las regiones quechua, suni y puna. Se va yendo la vegetación abrumadora, aunque claro que tampoco como en la selva, y penetramos en el reino del ichu. Algún descanso, necesario. Mientras ciertas brisas gélidas anuncian el espectáculo final de las cumbres nevadas, al menos en este entonces.
Avanzan las sombras mientras avanzamos a Ucuscancha... Al fondo, arriba y detrás de las últimas pendientes, nos espera Rapagna. Mañana...
Así arribamos a Ucuscancha, que no es un pueblo, sino a lo mucho unos corrales para el ganado que se pueden usar para acampar. Excelente noche hablando de biología y viajes. Luego, disolviéndose todo en el silencio absoluto, por momentos asomo la cabeza por la escotilla de mi nave de lona, porque entre tantas estrellas, es fácil errar el rumbo. Pero de todos modos me dejo perder. Es necesario dejar que estos planos infinitos tomen el mando, del macrocosmos del cielo vibrante de luces, hasta el microcosmos de todo lo que jamás se irá ya de mi memoria. Debo dejar que se consoliden muchas sinapsis.
El campamento en Ucuscancha, al amanecer.
Antes que lleguen los rayos del sol, y en pasamontañas, salgo a dar un paseo. Todo este éxtasis cordillerano me puso en vigilia antes que nadie. Al volver ya el mundo abrió los ojos. Listos para el tramo final hacia la laguna. Ella descansa sobre una estructura rocosa que es una auténtica muralla frente al sendero, en el seno de la región final que nos espera: la cordillera. Hubiera sido demasiado que aquí hubiera una catarata. No todo es perfecto, y a la vez todo esto ya lo es. Nos reciben pues estas fulgurantes aguas cristalinas, al pie de montañas nevadas, aunque seguramente temporales, pero están nevadas aun siendo temporada seca y calurosa. Es un hermoso regalo de Gaia. Más intensidad en los azules no se puede pedir. Contemplación. Asimilación. Un compañero me lleva por otro sendero de regreso para rodear la muralla de la laguna. Este se encuentra con el sendero que sube a la Laguna Putca.
Listos (y yo con mi enorme carpa).
En la parte alta, me topo con unas extrañas criaturas estáticas, que sobreviven gracias a las sombras que les proporcionan algunos afloramientos rocosos. Siempre amaré a estos seres, vivos en mi imaginación pro-cordillerana. Se trata de hielo, solo eso y no menos que eso. Es aquello definitivamente cuasi mágico respecto al agua: sea en estado sólido, hielo, nieve y nevados, sea líquido, lagunas, ríos y cataratas, o gaseoso, cielo, nubes; siempre atrae inevitablemente nuestra atención. Incluso hasta memoria e inteligencia le atribuyen algunos. ¿Recuerdos atávicos del pasado evolutivo, o simple aprendizaje cultural? Añado más magia. El hecho es que caminé sobre hielo, entre el hielo.
Rapagna.
Como les decía...
Y efectivamente, este cansancio, sobretodo el sufrido descenso casi a velocidad de carrera (la bolsa de dormir y la carpa que llevo a cuestas siguen pesando lo mismo), tiene un sabor dulce. Dos días alcanzando el techo de Lima. Dos días, cual mota de polvo insignificante en un vasto universo de días monótonos y laborales, que sin embargo tienen un valor infinito.
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