domingo, 29 de marzo de 2015

El Bosque de las Cataratas: Yumbilla (896 m)

Tellus Mater megalomaniaca, omnipotente, absoluta.
Indomablemente extrema. Inevitablemente abrumadora.
Delirantemente colosal. Llanamente aplastante.
Definitivamente pavorosa.
Así es cuando nos exhibe toda su salvaje belleza,
y, en cuanto así se nos revela.
Es la función para la que no puedo sino asistir en primera fila.

Hacia el Nororiente del Perú. Hacia El Bosque de las Cataras.

El Bosque de las Cataratas, así es como han bautizado esta región de la provincia de Bongará, departamento de Amazonas, en el nororiente del Perú, para buscar conservarla. Aquí, el río Utcubamba ha horadado un cañón sobre una antigua planicie mesozoica, como es el típico aspecto geomorfológico de los grandes desfiladeros, con la firma personal de que sus laderas verticales, especialmente las orientales, sirven de trampolines para una sucesión de ríos menores tributarios que, de una manera que pocas veces se observa, y solo en el contexto de la competencia internacional de cataratas, se lanzan en salvajes picados de 500, 700, y hasta casi 900 metros de altura. Descomunales, apabullantes embestidas contra la alianza de la roca y la selva. Una danza mortal del agua. Y es aun época de lluvia, el heraldo de que me dirijo hacia una cuasi-hecatombe fluvial.

Yumbilla, como vista cerca a Porvenir.

Habiendo atestiguado, durante la crecida de los ríos, lo descomunal que llega a ser una catarata de 55 metros de caída en Junín, inmediatamente tengo la compulsión de experimentar lo apocalíptico de que a la geología, siniestrada por la hidrografía del modo más violento sin presagiarse, se les haya dado la gana de multiplicar cinco o catorce veces tales tallas. Imagínese el pasmoso resultado, por supuesto, a escala planetaria. Extremo. Mírese pues semejante forma en que se nos recuerda lo insignificante que somos. Y en la digna resignación, lo responsable que debemos ser para con estos rincones de la Tierra. El abrazo de la inquietud es tan fuerte que, sencillamente, la imaginación me revela lo pequeña que es. Y de hecho, el espectáculo dantesco y brutal que presenciaré, no será sino la demostración de la imaginación reducida al absurdo.

Paso sin emocionarme mucho por Chimbote, Trujjillo y Chiclayo, y no porque no tengan encantos, pero desde mi ventana no veo sino más de lo que quiero olvidar: ciudad. En Chiclayo me embarco para Pedro Ruiz Gallo, en Amazonas, para lo que hay que atravesar parte de la Piura andina, y Cajamarca cambiando de sierra a selva. Se acrecienta mi inquietud, por el hecho de transitar durante horas por el litoral desértico de Lima, Ancash, La Libertad y Lambayeque, para por fin ver los Andes meridionales, sometidos al trópico y a la voluptuosidad vegetal de la selva. Un breve roce con el río Marañón es lo más cercano al Amazonas, ya no el departamento sino el río. Mientras tanto por el Utcubamba, la historia geológica aquí ha legado un retrato de pendientes rocosas jurásicas y cretácicas desafiando la marea verde. El entorno se revela confrontante ahora, además de inquietante.

Los Andes meridionales invadidos de trópico. Llegando al Abra Porculla, Piura (2137 m.s.n.m.).

Antes de venir busqué lo que pudiese sobre Pedro Ruiz en la web, pero no hay mucho. Mi itinerario es como sigue: desde aquí como estadía alcanzaré mediante los senderos que parten de Cuispes las cataratas de Yumbilla, Pabellón, y La Chinata. Sobre Cuispes, un poblado mucho menor, en cambio hay más información, gracias a que allí hay un buen alojamiento, que, tuve la impresión desde la web, parece guardar todos los accesos a las cataratas. Lo comento porque, una vez en Pedro Ruiz, y por cierto con rezagos de lluvia que amenaza mis incursiones, trabo conversación con la agradable y culta Sra. Marina, administradora del alojamiento Amazonense (con seguridad el mejor y donde pernoctaré) quien me informa de una ruta alternativa, nueva, hacia Yumbilla, desde Porvenir. Me convence. Y no solo eso, sino que busca también convencerme de visitar Gocta, la catarata insignia del turismo aquí. Será parte de una dimensión paralela sin revelar, el motivo por el que busco conocer otras cataratas, y no precisamente Gocta... ya veremos que la historia cambiará.

Pedro Ruiz: Av. Marginal y el Amazonense.

En cambio un motivo racional para esta bitácora, y que conduce a una polémica creo que aún no formalizada, es que la Catarata Yumbilla es más alta que Gocta. Pero ampliamente desconocida. Sí, y la diferencia resulta ser hasta dramática, en dos sentidos: por la diferencia métrica y porque en la zona hay ya un dogma establecido. Yumbilla es un gigante de gigantes extraviado, no solo entre los árboles, sino en el inadecuado manejo de información actualizada. Como dije, Gocta es el emblema turístico no solo de Amazonas (junto con Kuélap, por ejemplo), sino también del Perú. Y jamás se podría poner a juicio la arrebatadora belleza no solo de ésta, sino de ninguna de las otras cataratas cercanas, porque la experiencia de éxtasis no cambia; sin embargo, se ha presentado lo que desde mi punto de vista es un necesario cambio de lo dicho y lo promocionado. Para esta discusión estoy considerando la World Waterfall Database como una fuente fiable de información.

Damas y caballeros...

La historia: en 2006 una exploración alemana descubre los 771 m. de Gocta, lo que se da a conocer públicamente. El gobierno peruano inmediatamente anuncia la implementación de infraestructura turística. Yo no tengo conocimiento exacto de cómo es que se promociona así posicionada en el 3er puesto mundial, pero según la entrada para Gocta en Wikipedia, en inglés (para variar en español hay menos información), esto resultó de basarse en «información obsoleta e incompleta obtenida de la National Geographic Society», mientras que los comentarios de Ziemendorff (el líder de la expedición alemana) «han sido desde entonces muy discutidos». Pero así fue desde esa fecha y así reza en todo folleto y web turística. Así que sospecho de una falta de profundidad de investigación y un apresurado (mal) manejo de la información, por parte de las autoridades del turismo (de hecho, véase la ficha respectiva del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo).

¡Yumbilla! Etapas superior e inferior, es decir, 896 m. de caída.

Entre tanto, la propia Wikipedia presenta información confusa. Por ejemplo la entrada para ‘Gocta’ «un pequeño poblado peruano», del que en realidad ni los lugareños tienen conocimiento, dice «La Chorrera, la tercera cascada más alta del mundo»; mientras su entrada para ‘La chorrera de Gocta’ dice que:
«la altura total de la catarata es de 771 m, lo que la ubica en el lugar n.º 15 en la lista mundial de cascadas, estando las cataratas las Tres Hermanas (914 m, en Junín) en tercer lugar, y la catarata Yumbilla (896 m, en Amazonas), en quinto lugar».
Véase también en wikisumaqperu. (Nótese ante todo que Tres Hermanas, aún más alta, es peor conocida, y además inaccesible.) La mayoría de cataratas son caídas de agua que presentan varios ‘golpes’, ‘saltos’ o ‘etapas’. Una estructura escalonada puede ser común (aunque el Salto del Ángel de Venezuela consiste en un solo salto), por la que se precipita verticalmente en cada peldaño un curso fluvial. Así p.ej. Gocta muestra 2 bien definidos golpes y Yumbilla 4 o 5 (véase la foto de abajo, tomada de viajeros.com). Son pues las sumas finales de todas las caídas lo que se considera la altura total de la catarata, aunque hay listas que consideran solo las caídas únicas.

El ranking de la World Waterfall Database, la fuente más confiable.

Vista panorámica de Yumbilla, mostrando sus 4 o 5 etapas (tomada de viajeros.com).

Volviendo a la historia, ocurrió interesantemente que a finales de 2007 el Instituto Geográfico Nacional descubrió los 895.4 m. de caída de Yumbilla. 125 m. más que Gocta. No deja de sorprender que en este territorio llamado Perú se descubran records mundiales, para luego tener que cambiar las posiciones por nuevos descubrimientos aquí mismo, tal como con en el caso Colca/Cotahuasi, en cuanto a los cañones más profundos del planeta. Paradójicamente, también sorprende cómo es que aquello fue ignorado, y así permanece, a pesar de que p.ej. wondermondo.com afirma que se dio a conocer en la prensa nacional. Por mi propia experiencia de contacto con lugareños, hay una aparente rivalidad entre las administraciones distritales de Cuispes y Valera, que poseen a Yumbilla y Gocta, respectivamente. Estoy a favor de una correcta información turística (asunto que no afectaría el turismo en Gocta y más bien lo potenciaría en Yumbilla), a la vez de una integración de estos gigantes cercanos en una sola región protegida.

La ruta en cuestión desde Porvenir hacia la base de Yumbilla.



Sentado pues que estaré frente a la 5ta catarata más alta del planeta, vuelvo a mi visita. Voy, como convencido, a Porvenir (en mototaxi), y tomo el sendero de caminata. Sin guía, que ya desde aquí se divisa al quinto coloso. El barro está tan fresco como si aún lloviera, pero espero que hoy el cielo, aunque todo nubes, no me bañe. Voy por encima del Yumbillayacu, invisible, cuyo rugir me hace saber que anda por ahí. Estoy en la frontera de los Andes y el bosque amazónico. Hay amplias zonas donde no hay un solo árbol, especialmente en las alturas de las colinas, mientras las partes bajas de sus vertientes son maceteros gigantes de árboles. Pronto estoy inmerso en el océano arbóreo. Primer cruce de río: puente (de madera). Segundo cruce de río (afluente): sin puente, pero sin mayor riesgo. Unos objetos rojos saltan en las copas de los árboles: ¡gallitos de las rocas! Bandadas de loros irrumpen la quietud con su bullicio, yendo y viniendo alborotados. Y en algún momento se me presenta el quinto coloso: solo deja ver sus primera y última etapas. Se hace evidente el pronunciado escalonamiento de la catarata, lo que, para reto de explorador, dificulta el acceso completo.

Primer y único puente.

Tercer cruce de río (no estoy seguro si un nuevo afluente): sin puente, con potencial riesgo. Es marzo y el caudal de los ríos, aun así hoy no lloviese, ya creció hasta su punto crítico. Me detengo, me río, y lo pienso. Bueno, hasta la mitad hay dos troncos paralelos, dejados a modo de puente, pero en un sentido muy, muy metafórico. Caerse aquí será, como mínimo arriesgado, lo peor, que ya no lo contaría, será tener una mala caída (en realidad así no hay modo de tener una buena caída). Luego me enteraré de la historia de un campesino que se cayó de un puente y murió, seguramente por el impacto en las rocas. Sin necesidad de saberlo, el Sistema Límbico me advierte, y juega a paralizarme. Lo vuelvo a pensar: de pie por supuesto que no, los troncos no tienen tanto diámetro y rotarían bajo mis pisadas. Tal vez gateando. ¿Tal vez? Definitivamente no me gusta la idea, tengo miedo, pero creo que me preocupa más no llegar a la catarata. Metros atrás dejé un desvío, que no me inspira confianza porque parece alejarse a otro destino. Pasan los minutos. Decido tomar ese desvío, y no intentar suicidarme.

El quinto coloso se deja ver.

Quise pensar que ese sendero hacía un rodeo por una ladera rocosa. En la marea vegetal que me rodea bucear a dos patas, va en sentido literal: esta ruta no es muy usada y hay invasión de plantas, debo andar braceando para ir despejando el paso, y no hubiera sido mala idea traer un machete. Significa además que el terreno circundante en realidad no es visible muchas veces. Los árboles en verdad impiden ver cómo puede estar el camino metros adelante. Y otra cosa: no hay calzado que garantice no resbalarse al pisar las piedras lizas, porque en esta época todo está húmedo, y además, colonizado por algas y musgos, lo que le da una propiedad casi viscosa a la superficie de las rocas del sendero. Ahora póngase todo esto en sentido casi vertical, que era en lo que se convirtió mi sendero salvador. Una peligrosa escalera de piedra en fuerte pendiente, que tampoco me interesaba trepar. No podía saber que así sería porque, como explico, simplemente no se ve. Así que vuelvo al borde del río. Y vuelvo a pensarlo. Y me río nuevamente, porque decido, no cruzarlo, sino, volver al sendero de la muerte.

Etapa inferior. Espectacular cornisa de roca desde la que se precipita el torrente.

Ahora quise pensar que no solo hacía un supuesto rodeo, sino que arriba me encontraría con el sendero que viene desde Cuispes. Como fuese, no me agradaba tener de regresar por esta ladera de roca húmeda. Craso error. Tuve que hacerlo puesto que, el desvío simplemente no sabía a donde me llevaba, hace rato ya que había perdido de vista y de oído la catarata, y el camino empeoraba de tal modo, invadido de plantas, que se hacía intransitable. Llegué a un punto donde ya no sabía si había camino, todo eran plantas. Caí en cuenta de que perdía el tiempo, y que este no era ningún rodeo a Yumbilla. Aquí los caminos son rudos, y no hay recursos ni tiempos como para hacer caminos que hagan rodeos: la ausencia de ese puente no significaba que ahí acababa el camino, sino que yo era quien estaba en la época incorrecta, tratando de cruzar lo que en época seca está en su tercera parte de caudal, un riachuelo inofensivo. Ya un tanto harto de perder cualquier gramo de caloría innecesariamente, puesto que me espera mucho más, regreso, miro los troncos sobre el río, y me lanzo sobre ellos a gatear. La otra mitad del río, «a cuatro patas» sobre las piedras, con mucho, mucho cuidado... ffiiuuu desde la otra orilla, ahora pareció fácil :s Un cóctel de dopamina y adrenalina, para brindar por los riesgos.

Sobre el río... pensándolo varias veces :s

El camino se pone peor, pero es del todo reconocible. Y un estruendo maravilloso me confirma que era el camino correcto, y que estoy cerca. Sí, claro. Salvo que, había un pequeño e insignificante último cruce de río, y este viene de la catarata. Ahora sí tengo un problema: no troncos, no sogas, no piedras accesibles. Fin del camino. Y metros más adelante, 20 o 30, finalmente, impacta el quinto. Me acaricia su brisa fría, y su rocío es ligero, como puedo distinguir claramente la cornisa de roca blanquecina desde la que se lanza, pero no puedo avanzar más. Quizás con botas, no lo sé. Los rápidos se ven truculentos y sobretodo, violentos. Las distancias entre las probables rocas donde poner el pie lucen preocupantemente amplias. Se me vino todo junto al cerebro sobre la falta de promoción turística y el estado silvestre de Yumbilla. No maldije a nadie por no haber construido un puente. Es el estado salvaje del quinto coloso. Así debe ser. Lo hace más excitante que otras cataratas, sin mencionar sus dimensiones. Esta época de caudal máximo me exhibe al gigante en toda su furia, pero a cambio, su discurrir fluvial, igualmente furioso, impide acercarse.

Imposible :(

Pospongo, por supuesto, el almuerzo (de enlatados, más deliciosos juanes comprados a una amable señora en la via principal de Pedro Ruiz ¡a 1 sol!), que estaba reservando para la compañía del gigante. Mientras, algunas reflexiones al ser expuesto a la megalomanía natural. La selva alta lluviosa, enconadamente abrupta como en el cañón del río Uctubamba, o el del Cutivireni allá en Junín donde engendra al tercer coloso Tres Hermanas, ofrece, en contraste con otra geomorfología como los Andes, la característica de poseer cataratas de alturas descomunales, y de ahí sus récords. Lo atestiguo, embadurnado con la tierra del gigante temible pero de «corazón enamorado» (una curiosa forma que aparentan los velos de la caída superior, mejor reconocible en época seca). Vuelvo relampagueante a Pedro Ruiz, porque para mi suerte una camioneta aceptó un aventón, caso contrario hubiera tenido que esperar no sé cuánto hasta que aparezca un mototaxi. Es alrededor de la 1 p.m. Ipso facto me traslado a San Carlos (nuevamente, no Cuispes), para encontrarme con la, también gigante, «doncella de Amazonas»... en la siguiente entrada.

La cornisa en detalle... ¡hasta luego!

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Chanchamayo - Satipo

Llegó por fin el momento de «asilvizar»: posarse en el suelo de la selva. Una que estuvo siempre cerca pero postergada. Rupa-Rupa, selva alta, ceja de selva, selva montañosa, o si prefiero jungla escarpada o bosque montañoso, es como se denomina o podría denominarse a toda esa dimensión de vegetación exuberante, apabullante, que espera al cruzar los Andes, hacia el oeste. En el caso del centro del Perú, tramontadas las cadenas Occidental y Central, entre los 2500 y 2000 m.s.n.m., un tsunami infinito viniendo de un océano vegetal escala voraz las vertientes orientales de la roca y la tierra andina, y lo devora todo. Literalmente, inunda los Andes, hasta lograrse el mar eterno de árboles, la Amazonía. Y es que la selva es exactamente eso: una densa capa de vegetación, tan densa que es un verdadero océano donde, otra vez literalmente, miríadas de especies animales navegan a través de una sustancia no líquida ni hecha de agua, sino sólida hecha de árboles, lianas y enredaderas, suspendida sobre una cabellera erizada de madera. Un mar vegetal flotando en troncos verticales sobre un suelo arcilloso, rojizo. Y un suelo que tiene su propia marea eterna de hojarasca, donde otro océano paralelo está en movimiento permanente: más miríadas de especies de todas las formas vivientes del planeta. Esta es mi cognición de la clásica analogía selva ~ exuberancia. Y siempre me tuvo intrigado. Debía verlo con mis propios ojos.


Así que cruzo Ticlio, alcanzando el frío y el hielo, atravieso los minerales de La Oroya estéril, subo nuevamente por una inofensiva Cadena Central, desciendo casi polinizando los campos de flores del ancho valle de Tarma (desde donde hace tiempo la Cueva de Huagapo me implora penetrarla), para pasar un conducto de alumbramiento, el estrecho y temible cañón del río Palca, luego de lo que, finalmente, soy dado a luz en el valle del río Chanchamayo. Este se ensancha sutilmente y paso por San Ramón, asilvizando en La Merced. Como descrito, por muy abrupta que es la geomorfología que me rodea, ha sido toda devorada por el mar vegetal. Aquí se habla de frutas, pez doncella, orquídeas y mariposas. Y como voraz es la vegetación, tanto lo es la torrencial lluvia que me recibe. La auténtica inundación, ahora sí líquida y de agua. Una fiesta de nubosidad, humedad, precipitación acuosa y barro. Son las 6 a.m. e intento esperar que disminuya la lluvia refugiado en el terminal, pero quiero seguir recorriendo esta discreta porción de selva montañosa, así que me introyecto hacia Yurinaki. Mi itinerario es cubrir el complejo Bayoz: la catarata y el velo de novia.

Izquierda: Catarata Bayoz (no puedo disculparme por lo borroso: es debido a lo tempestuoso del espacio). Derecha: Velo de la Novia de Bayoz.

Del valle de Chanchamayo paso al del Perené. En todo su caudal, rojizo, como estarán todas las aguas por aquí, todas con ínfulas de inundación y huayco. Desciendo en Yurinaki, como planeado. Lo inesperado es que la lluvia no descansa, y bueno, no tengo impermeable. Estoy aquí parado en la carretera bajo unas tiendas, y me dicen que puedo conseguir un impermeable cruzando el puente. El puente es creo la estructura más grande en este pequeño pueblo. 7.30 a.m. y como sea, me colaré en la fiesta de lluvia y barro. Un mototaxi que cobra S/. 15.00 me deja en el puesto de ingreso a la catarata. No hay nadie, no es precisamente una buena temporada para el turismo. Excelente. He penetrado las estribaciones de los Cerros de la Sal. Voy primero hacia la Catarata Bayoz, en la parte superior de la quebrada supongo homónima. Una muy corta caminata, pero ya un avistamiento in situ del océano vegetal, y sobretodo, dada la época torrencial, una zambullida a una piscina de agua por todos los frentes. Miniaturas de cataratas que danzan en el camino, humedad como jamás imaginé, rocío permanente, lluvia intermitente, y el estruendo del río que corre, o diré más bien que golpea el suelo y las rocas, hacia la derecha.

Quebrada Bayoz.

El río, sin exagerar, está monstruoso. Ruge intimidante. Algunas zonas lucen tan amenazantes que es como si el cauce no pudiera contener más tanta embestida líquida. Y esto es exquisitamente ruidoso, pero hay un ruido más poderoso y grave que comienza a invadir más adelante. Todo esto mientras se está casi en la penumbra: el techo es aquella sustancia compacta que forman las copas de los árboles. Lo dije. Ya estoy aquí sumergido entre plantas y aguas y multitud de cantantes emplumados. Olor a tierra mojada, a hongo, y a veces alguna putrefacción vegetal tiene un extrañamente dulce aroma. El Reino Plantae aquí es más bien una tiranía. Musgos y hepáticas cubren hasta las rocas y los troncos vivos. La humedad desbordada acelera los procesos de putrefacción de los troncos caídos, y el atento Reino Fungi aplica sus leyes de descomposición. Mientras tanto, el rocío aumenta, la temperatura desciende, el vapor se espesa y se deshilacha en ráfagas de viento, cada vez más frío y dando directamente hacia la cara, y las trompetas ensordecen: estoy ante la bestia de la Catarata Bayoz.

¡El ruido del presagio!

Brutal. Simplemente eso: ¡brutal! A tal extremo, no porque sea especialmente alta (60 m. aprox.) sino por lo torrencial, en tanto que su base es casi tan ancha como alta y está cargada de toda el agua posible que quepa, que es imposible acercarse, mucho menos, suicidamente, intentar posarse bajo ella. Ni siquiera se puede respirar bien estando cerca porque el viento y el agua que violentamente es convertida en vapor por el impacto sinfín, no es que rozan la piel, no, golpean la cara. La bestia no parará de abofetear con agua gaseosa y líquida. Ya, que ni la visión es posible en este tifón de vapor y rocío. En estas condiciones se me hacen del todo ajenas las típicas fotos de gente sonriendo bajo la catarata. Esto es, exactamente, lo que quería de la selva montañosa. Despejadas todas mis dudas, contemplo como pocas veces, en directo, la belleza de la violencia.

¡A monster!

A mi regreso al puesto de control, sigue sin haber nadie. Indiscretamente, puesto que sorteo una enrejada, me voy tras el Velo de la Novia de Bayoz, hacia abajo y al final de la quebrada. Parece que por fin dejó de llover. Ahora más bien temo que abra ese sol calcinante también famoso de la selva. Nuevamente con las trompetas apocalípticas anunciando alguna embestida de la naturaleza, aquí sin embargo la escena es diferente: repentinamente aparece el borde de un abismo, y el río termina aquí, o mejor dicho, termina su horizontalidad y se precipita a lo que sea que le espere abajo. Un camino colgado del precipicio de piedra, en donde cae agua casi por todo el tramo, desciende abruptamente bordeando la catarata.

Borderline.

55 m. de caída única, hidráulica extremada, desnivel vertical sin treguas, con sus infinitos bramidos y barbullidos obsesivamente amplificados y estruendosos, al unísono, impactando contra el río Yurinaki, que lo espera encerrado no menos furioso, sin orilla alguna, en un cañón de roca pulida sobre el que se levanta el mar arbóreo. El agreste escenario tiene una hermosura con aire siniestro más que exótico, quizás por lo solitario de esta época tal que nadie jamás hubiera pisado el lugar, quizás por el aspecto de claustro mortal que tiene la garganta, con la compulsiva catarata sitiándote, mientras a ambos extremos del codo, el cañón simplemente es tragado por la oscuridad que cierne la bruma vegetal sobre él. Parece no haber salida. Inquietante.

El velo más torrentoso que existe.
De Yurinaki su cañón.

Entre tanto, el timbre del recreo hace mucho que resuena, porque hay aún otro océano paralelo, un omnipresente espectro conformado por mareas de ondas acústicas: chirridos, chillidos, zumbidos, rumbidos, pitidos, susurros, trinos, gorjeos, gorgoritos, gritos, silbidos, crujidos, chasquidos… así que es hora de jugar al biólogo. Me acompañan Micrathena, Mygalomorphae (alguna mígala parda) que se me escapó de la foto, varias Formicidae muchas de tamaños y mandíbulas alarmantes, Mutillidae, regresando al control Lepidoptera de tamaños enormes, Ardeidae pescando (garza, de la que por cierto encontré varios individuos atravesando los senderos), y también algunos Homo sapiens que ya estaban activos en el lugar. Honradamente explico que vine hace buen rato y no había nadie, pago mi ingreso, aunque cuando en realidad me voy.


De izquierda a derecha, fila superior: Micrathena: araña espinosa, Formicidae: hormiga,
Mutillidae: «hormiga de felpa» (en realidad es una avispa sin alas, compárese su tamaño con la típica hormiga más arriba de ella).
De izquierda a derecha, fila inferior: Lepidoptera: mariposa, Fungus: hongo (probablemente Basidiomycota o Ascomycota),
Caelifera - Orthoptera: saltamontes con buen camuflage.

Regreso a pie, viendo más adelante que el Yurinaki ya salió de su encierro hacia un valle libre y abierto, y bajo la vigilancia de no pocas Falconiformes que no identifico si son aguiluchos, gavilanes o halcones, más un osado Caelifera en medio de la carretera afirmada que me conduce al final, según mi plan, de esta postergada inmersión en el Mare Botanĭca y, por lo pronto, la vista de dos de sus monstruos acuosos. Será un muy corto por lo pronto ya que esta embriaguez de vida obsesiva y salvajismo de roca y agua, me precipitará cual catarata humana sobre más selva montañosa. Mientras tanto, siguiendo al río Perené, mi itinerario cambia y avanzo a Pichanaki. La explicación de este cambio obedece a causales de índole extraña para mí mismo, un universo paralelo que me domina y que se creó no solo de mi sentir, y sé que busco algo, y al tiempo, sé que ya no existe aquí. Pero así son algunas cosas que se hacen en un secreto para todos, excepto para mí. (¿Pero S/. 50 hasta la Catarata Zotarari, no es una estafa? Caramba, se me escapó la tercera catarata.)


Mientras tanto avanzo aún más, hasta Satipo, bajo el ahora impulso de llegar hasta la selva baja. Pero por lo visto será para otra ocasión. Todo empieza a tornarse más lejano y a dilatarse temporalmente para descubrirse. Hay sitios remotos, fuera de los circuitos turísticos, que probablemente nadie los conozca, salvo por alguna foto de algún explorador profesional. Me refiero a récords mundiales que, simplemente, están allí aún desconocidos, como la Catarata Tres Hermanas, que según GPS asciende a tercera catarata más alta del mundo, lo que, en la siguiente narración abordaré, abre una especie de debate porque resulta que la Catarata Gocta no es esa tercera como se promociona. Luego, está el probable puente natural más grande del mundo, el Pavirontsi (ver aquí también). Son las gemas del Parque Nacional Otishi, también territorio de Junín como el que piso ahora, pero inaccesible para los comunes.

Satipo: puente sobre el río homónimo, y nubes crepusculares de despedida.

Volviendo a lo accesible, las rutas de caminatas que tiene entre sus manos la selva central son numerosas y sencillas. Sin avergonzarme de esta tristeza paradójica entre mi abrumadora satisfacción, porque me alejo de aquí y me acerco al cemento y al smog, porque busqué lo que ya no podría encontrar, porque se trata no solo de mí aun siendo un visitante solitario, abjuro de no incluir tales rutas en las fugas simples desde Lima. Y quizás, mi búsqueda imposible termine y se construya una travesía diferente. En el universo que ocupo, esta mixtura de torrentes brutales, orgía biológica y experiencia sensorial completa deberé saborearla nuevamente. Y es que, es como lo esperé, y más. Sí, muchísimo más.




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Mortero

2014, un año extraño. Tratando de escapar, ingenuo, o buscando evadir la ansiedad, inmediatamente empezando el año, quise mimetizarme en las vertientes esteparias cercanas (en lugar de calcinarme en el desierto costero) que por cierto al menos una quedará para siempre con un nuevo significado. Empecé volviendo a Pala Kala, catarata a la que junto con la de Huanano dediqué la anterior bitácora, metaforizada. A la siguiente semana, el 18 de enero, me dirigí a la Catarata Mortero. Uno debe empezar la caminata desde el Puente Habich, pasando San Jerónimo de Surco, pasando por el poblado de Ayas. Mi andar, curioso entre las rocas para mantener viva mi inclinación hacia la biología, se verá salpicado de encuentros inesperados. La primera sorpresa fue divisar a los lejos una enorme falcónida.

Nuevamente en la serranía esteparia de la vertiente del río Rímac, parece vigilarme una falcónida, que podría ser un aguilucho. Creo que era de buen tamaño. ¿Notan esa cosa negra contra las colinas? Hacer zoom ;)

Rocas, grandes pequeñas enormes, hasta lo que pudiese mi tracción muscular facilitarme, era cuidadosamente levantado: una lagartija, idéntica a alguna especial de Huanano, una que se llama «Toki», un ciempiés tan esporádico como yo, y una amiga, enorme, mígala, sorprendente, impresionante, pavorosamente hermosa, que prácticamente saltó en cuanto levante una roca de cierto tamaño. Posó para mi humilde lente pero de lenta no tenía nada, incluso al querer hacer que se mueva en la dirección opuesta al abismo, para seguir «capturándola», por haberme tomado desprevenido no tuve más remedio que intentarlo con mi propio smart, al que prácticamente saltó, vaya mi sorpresa, con lo que de hecho hubiese trepado por mi brazo... mejor imposible. Qué intenso gusto conocerte. Ahí tienen a la peluda atrevida.

¡Mírenla!

Continúo, fascinado, como si fuese precisamente la clase de estímulo que necesitaba para respirar en la marea. Y así llego a la «baticueva», que a mi regreso sabré que es el túnel de una antigua mina abandonada. La cuestión es que no podía resistirme a entrar, a pesar de tener un suelo compuesto de charcos y barro traicioneros... de pronto escucho un extraño susurro que me obliga a detener el paso agazapado. Silencio absoluto. Espero, y vuelve no uno sino varios susurros, cuyo sonido claramente parece dirigirse hacia mi, pero se detiene. Amplificados en la cueva hasta hacerse espeluznantes porque se siente que algo viene hacia uno, se trata de sonidos de aleteos, varios. ¡Fascinante! ¡Murciélagos! Esto está a pedido. Y logro verlos a duras penas, pero de hecho se detienen y esconden entre las grietas al detectar mi presencia y no alcanzo a distinguirlos. La oscuridad es casi extrema sin linterna. Bueno...

Booo...
Llego a la catarata, en medio de un bolsón boscoso tupido...
y su puente colgante frente a ella.

De regreso, sigo trabando amistades. Los convierto en testigos, además de modelos, de mi eterna admiración por estos microcosmos vivientes, desde los pequeños «bosques» de musgos y hepáticas, hasta los rincones ocultos y húmedos donde los bichos tienen una vida entera absolutamente desapercibida para nosotros. O al menos para la gran mayoría de indiferentes al entorno. Yo, aquí, andando escudriñando en las entrañas de lo que me rodea, viendo la propia vida tímida que se esconde por doquier, fascinante y bella, estoy en verdad conectado al entorno. Para mi es más que trekking, siempre, se trata de una voluntaria entrega de todos mis sentidos a la naturaleza. Así termino cubierto de ella.

Dejo que sea capturada mi atención, y así soy pagado: ¡opilión! que no araña, aunque pariente cercano :)

Y soy pues bien recompensado. Mientras concluyo mi fascinante día ya acercándome al pueblo de Ayas, y echándole antes un vistazo a una formidable viuda negra entre las cabuyas a la que distingo desde metros de distancia, un drama ambulante cruza precisamente delante de mi, justo en el momento exacto en que yo, y nadie más, pasa por ahí... una cosa naranja camina velozmente llevando algo: una enorme avispa ha capturado una no menos enorme araña, totalmente sedada. Brutal. Mejor imposible. ¡Qué despedida!

El crudo drama de la supervivencia, delante mio, para mi, aunque ahora cualquiera lo ve...



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Pastoruri, entre dos décadas...

Sí, uno de los destinos favoritos en Perú. Y ha estado allí en su condición de glaciar desde el Cuaternario, antes de nosotros pero, aparecimos y llegamos para extraviarlo en el recuerdo, y probablemente uno más digital y artificial que biológico, en tanto que futuras generaciones ni siquiera tendrán en sus hipocampos impresiones mnémicas (memóricas) de Pastoruri. Estas líneas reflejarán un lamento, y un tributo a un trozo de naturaleza impropio de estas tierras tropicales, pero que sin embargo ele ahí. Soy pues el errante esporádico visitante de un espacio que no será.

1991 ...................................................................................................................................................... 1997
1999... Lo que mi recuerdo se llevó :)

Pastoruri 2011: lo que el calentamiento se llevó :(

El Glaciar de Pastoruri. Hay un nuevo Pastoruri, uno que mientras lentamente, o más bien aceleradamente, va quedando solo en las fotos, y los videos y los textos, ofrece el espectáculo de la paradoja: estar ahora allí es casi lo mismo que estar en el Polo Sur, o el Norte, con los glaciares atravesados en sus entrañas, y estas expuestas a la vista y paciencia de cualquiera. Un escenario obsceno en el que el glaciar, mientras muere, exhibe a fuerza de cambio climático su interior, y así uno se encuentra frente a enormes murallas de hielo virgen, un lago con su superficie congelada, y demás hoy inaccesibles bordes verticales. Es ni más ni menos el, paradójicamente, bello paisaje del horrible descuartizamiento del glaciar.

Paisaje “polar”: laguna con una capa de hielo, producto del deshielo.

He visitado Pastoruri en cuatro oportunidades, entre 1991 y 2011; o sea que soy testigo del cambio del glaciar en un lapso de dos décadas. Antes había incluso que caminar menos para llegar hasta el borde del glaciar (porque obviamente ahora está más “atrás”). Pero sigo yendo a pie. Es un placer especial esta fatiga cordillerana (ya que se está prácticamente en el limbo entre la puna y la cordillera, a casi 5 mil metros de altura). Aire enrarecido, tiempo extraño, porvenir incierto... salvo la certeza del heraldo siniestro del calentamiento global.

Tal como vísceras...

El rededor es ondulado por las antiguas presiones geológicas del glaciar (es decir que de hecho Pastoruri ha sido mucho más grande aún), más que por tratarse de la típica geomorfología de la puna. Y así, el terreno está prácticamente desnudo, sin ichu. Siempre ha sido un toque especial este contraste entre la tierra y la roca, expuestas a la intemperie, oscuras y oscas, y el fulgor, todavía cegador, de la nieve y el hielo, incólumes lanzando su luz al cielo y a los ojos desprevenidos. Pastoruri aún vive.

Las entrañas del glaciar, y a sus pies una laguna de regular tamaño formada por el deshielo.

Parte natural de la transformación de las estructuras de hielo y nieve, según las precipitaciones y la época del año, era la aparición de grietas, cavernas y puentes. Tiempo pasado. Eso era porque existía un borde, digamos normal. Hoy uno se encuentra frente a auténticos cortes transversales, que son parte pues del despedazamiento del glaciar como parte de su descongelamiento. De hecho está prohibido subir a la meseta del glaciar. Lamentablemente, se acabó como paradero de esquí, y de “siqui-esquí”. Recuerdo la segunda vez que estuve aquí, un poco adentrado en la planicie de nieve suave y engañosa (a diferencia del borde que era más hielo sólido, y cortante, la nieve fofa podía ocultar grietas, y si pisas esto, te vas con nieve y todo al fondo de la grieta), encontré semienterrada una bolsa de plástico…


Fuera del evidente crimen de arrojar basura como esa, o la que fuere, a estas alturas cada pisada, llevando consigo basura y polvo, con temperaturas moleculares mayores que el hielo, afecta a una escala microscópica su estado sólido. Sumando las cantidades de visitas: una multiplicidad de pisadas, alientos, voces, gritos, vehículos que arrojan humo, desperdicios (no solo las envolturas de plástico o las botellas, sino también los excrementos y la orina), y encima el maravilloso ambiente de humo, calor y más basura que propina el paradero-restaurant del sitio, que en lugar de reducirse se ha ampliado hasta parecer que podría incluir un alojamiento o un supermercado, el resultado es un aumento sustancial de la temperatura ambiente (aunque imperceptible para nosotros) que sobrecalienta el glaciar progresivamente, llevándolo a la muerte.


Y sin embargo, todo ello también conduce a un espectáculo glaciar más salvaje y caprichoso, pero seguramente con escaso valor para el deporte de aventura (que al fin y al cabo resulta prohibido), o evidentemente, con ya ningún valor como futura fuente de agua, y más allá, dado que las mismas visitas turísticas empiezan a sufrir restricciones, como recurso paisajístico y de entretenimiento está condenado a la desaparición. El impacto no es solo ecológico (el propio retroceso de los glaciares juega en favor de aumentar la temperatura ambiente), sino también estético, social y económico. Tristemente, hay bandas amarillas de “no pasar” en algunos puntos. Así estamos.


Sinceramente, recomendaría no ir a Pastoruri, y todo lo dicho, si se entiende como un desaliento al visitante, pues que así sea captado. Tengo profundos recuerdos, impregnados de afecto y emoción, de circunstancias en que estuve acompañado, otras solo, aquí… recuerdos del hielo cortando mi piel, de la nieve derritiéndose en mis manos y metiéndose en mis botas, de la euforia compartida de llegar a un lugar que solo vemos del extranjero en películas y documentales, de deslizarme por alguna pendiente y gritar a todo pulmón, de ver vomitar a alguien que lo hizo tras mío y romper en carcajadas, de librar una batalla de bolas de nieve, y seguir así sintiéndome más vivo que nunca, de comer la nieve misma y beber el agua helada en alguna grieta, sin poder estar en absoluto así más conectado a la Cordillera Blanca, de estar bajo un arco de hielo y de tomarse la foto apurada porque se trataba de una ducha helada en cuestión… todo lo llevo “aquí” mientras me toco el pecho y la sien… y todo debe quedar en este otro “aquí” virtual plasmado, para que yo mismo reviva la experiencia…

En la ruta de Pastoruri, Quebrada Pachacoto: los reflejos de Pumapampa.

Salvo que alguien se vaya al extranjero buscando estas vivencias, quien no conoció este Pastoruri, o bien tiene aún otros lugares nacionales como alternativas (pero que no se comparan con la facilidad de acceso o son quizás técnicamente inalcanzables para la mayoría, pensando en los otros glaciares en Cordillera Blanca, Huayhuash, Coropuna, Auzangate, Quelcaya) o bien, se tendrá que conformar escuchando y leyendo relatos, y lamentos, como el propio.

En este caso sí, todo tiempo pasado fue mejor: volviendo a 1999. Aquí quedará fijado...

Entre ilusiones y soledades, yo me quedo en ese Pastoruri, como así quedarán conectadas a él algunas circunstancias importantes de mi vida, y, ya sin ningún disfraz poético, en realidad quedarán allí las moléculas de mis alientos vertidos. Y a la vez, llevo a Pastoruri conmigo, nuevamente, quizás sin mayor sentido poético sino como una hermosa realidad objetiva: más allá de las sinapsis mnémicas duraderas de por vida en mi Sistema Límbico, las moléculas de agua allí ingeridas han quedado para siempre en algunos rincones de mi cuerpo, formando parte de mí…

Pastoruri quedará en mí.



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