Nuevamente en la serranía esteparia de la vertiente del río Rímac, parece vigilarme una falcónida, que podría ser un aguilucho. Creo que era de buen tamaño. ¿Notan esa cosa negra contra las colinas? Hacer zoom ;)
Rocas, grandes pequeñas enormes, hasta lo que pudiese mi tracción muscular facilitarme, era cuidadosamente levantado: una lagartija, idéntica a alguna especial de Huanano, una que se llama «Toki», un ciempiés tan esporádico como yo, y una amiga, enorme, mígala, sorprendente, impresionante, pavorosamente hermosa, que prácticamente saltó en cuanto levante una roca de cierto tamaño. Posó para mi humilde lente pero de lenta no tenía nada, incluso al querer hacer que se mueva en la dirección opuesta al abismo, para seguir «capturándola», por haberme tomado desprevenido no tuve más remedio que intentarlo con mi propio smart, al que prácticamente saltó, vaya mi sorpresa, con lo que de hecho hubiese trepado por mi brazo... mejor imposible. Qué intenso gusto conocerte. Ahí tienen a la peluda atrevida.
¡Mírenla!
Continúo, fascinado, como si fuese precisamente la clase de estímulo que necesitaba para respirar en la marea. Y así llego a la «baticueva», que a mi regreso sabré que es el túnel de una antigua mina abandonada. La cuestión es que no podía resistirme a entrar, a pesar de tener un suelo compuesto de charcos y barro traicioneros... de pronto escucho un extraño susurro que me obliga a detener el paso agazapado. Silencio absoluto. Espero, y vuelve no uno sino varios susurros, cuyo sonido claramente parece dirigirse hacia mi, pero se detiene. Amplificados en la cueva hasta hacerse espeluznantes porque se siente que algo viene hacia uno, se trata de sonidos de aleteos, varios. ¡Fascinante! ¡Murciélagos! Esto está a pedido. Y logro verlos a duras penas, pero de hecho se detienen y esconden entre las grietas al detectar mi presencia y no alcanzo a distinguirlos. La oscuridad es casi extrema sin linterna. Bueno...
Booo...
Llego a la catarata, en medio de un bolsón boscoso tupido...
y su puente colgante frente a ella.
De regreso, sigo trabando amistades. Los convierto en testigos, además de modelos, de mi eterna admiración por estos microcosmos vivientes, desde los pequeños «bosques» de musgos y hepáticas, hasta los rincones ocultos y húmedos donde los bichos tienen una vida entera absolutamente desapercibida para nosotros. O al menos para la gran mayoría de indiferentes al entorno. Yo, aquí, andando escudriñando en las entrañas de lo que me rodea, viendo la propia vida tímida que se esconde por doquier, fascinante y bella, estoy en verdad conectado al entorno. Para mi es más que trekking, siempre, se trata de una voluntaria entrega de todos mis sentidos a la naturaleza. Así termino cubierto de ella.
Dejo que sea capturada mi atención, y así soy pagado: ¡opilión! que no araña, aunque pariente cercano :)
Y soy pues bien recompensado. Mientras concluyo mi fascinante día ya acercándome al pueblo de Ayas, y echándole antes un vistazo a una formidable viuda negra entre las cabuyas a la que distingo desde metros de distancia, un drama ambulante cruza precisamente delante de mi, justo en el momento exacto en que yo, y nadie más, pasa por ahí... una cosa naranja camina velozmente llevando algo: una enorme avispa ha capturado una no menos enorme araña, totalmente sedada. Brutal. Mejor imposible. ¡Qué despedida!
El crudo drama de la supervivencia, delante mio, para mi, aunque ahora cualquiera lo ve...
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