domingo, 29 de marzo de 2015

Pastoruri, entre dos décadas...

Sí, uno de los destinos favoritos en Perú. Y ha estado allí en su condición de glaciar desde el Cuaternario, antes de nosotros pero, aparecimos y llegamos para extraviarlo en el recuerdo, y probablemente uno más digital y artificial que biológico, en tanto que futuras generaciones ni siquiera tendrán en sus hipocampos impresiones mnémicas (memóricas) de Pastoruri. Estas líneas reflejarán un lamento, y un tributo a un trozo de naturaleza impropio de estas tierras tropicales, pero que sin embargo ele ahí. Soy pues el errante esporádico visitante de un espacio que no será.

1991 ...................................................................................................................................................... 1997
1999... Lo que mi recuerdo se llevó :)

Pastoruri 2011: lo que el calentamiento se llevó :(

El Glaciar de Pastoruri. Hay un nuevo Pastoruri, uno que mientras lentamente, o más bien aceleradamente, va quedando solo en las fotos, y los videos y los textos, ofrece el espectáculo de la paradoja: estar ahora allí es casi lo mismo que estar en el Polo Sur, o el Norte, con los glaciares atravesados en sus entrañas, y estas expuestas a la vista y paciencia de cualquiera. Un escenario obsceno en el que el glaciar, mientras muere, exhibe a fuerza de cambio climático su interior, y así uno se encuentra frente a enormes murallas de hielo virgen, un lago con su superficie congelada, y demás hoy inaccesibles bordes verticales. Es ni más ni menos el, paradójicamente, bello paisaje del horrible descuartizamiento del glaciar.

Paisaje “polar”: laguna con una capa de hielo, producto del deshielo.

He visitado Pastoruri en cuatro oportunidades, entre 1991 y 2011; o sea que soy testigo del cambio del glaciar en un lapso de dos décadas. Antes había incluso que caminar menos para llegar hasta el borde del glaciar (porque obviamente ahora está más “atrás”). Pero sigo yendo a pie. Es un placer especial esta fatiga cordillerana (ya que se está prácticamente en el limbo entre la puna y la cordillera, a casi 5 mil metros de altura). Aire enrarecido, tiempo extraño, porvenir incierto... salvo la certeza del heraldo siniestro del calentamiento global.

Tal como vísceras...

El rededor es ondulado por las antiguas presiones geológicas del glaciar (es decir que de hecho Pastoruri ha sido mucho más grande aún), más que por tratarse de la típica geomorfología de la puna. Y así, el terreno está prácticamente desnudo, sin ichu. Siempre ha sido un toque especial este contraste entre la tierra y la roca, expuestas a la intemperie, oscuras y oscas, y el fulgor, todavía cegador, de la nieve y el hielo, incólumes lanzando su luz al cielo y a los ojos desprevenidos. Pastoruri aún vive.

Las entrañas del glaciar, y a sus pies una laguna de regular tamaño formada por el deshielo.

Parte natural de la transformación de las estructuras de hielo y nieve, según las precipitaciones y la época del año, era la aparición de grietas, cavernas y puentes. Tiempo pasado. Eso era porque existía un borde, digamos normal. Hoy uno se encuentra frente a auténticos cortes transversales, que son parte pues del despedazamiento del glaciar como parte de su descongelamiento. De hecho está prohibido subir a la meseta del glaciar. Lamentablemente, se acabó como paradero de esquí, y de “siqui-esquí”. Recuerdo la segunda vez que estuve aquí, un poco adentrado en la planicie de nieve suave y engañosa (a diferencia del borde que era más hielo sólido, y cortante, la nieve fofa podía ocultar grietas, y si pisas esto, te vas con nieve y todo al fondo de la grieta), encontré semienterrada una bolsa de plástico…


Fuera del evidente crimen de arrojar basura como esa, o la que fuere, a estas alturas cada pisada, llevando consigo basura y polvo, con temperaturas moleculares mayores que el hielo, afecta a una escala microscópica su estado sólido. Sumando las cantidades de visitas: una multiplicidad de pisadas, alientos, voces, gritos, vehículos que arrojan humo, desperdicios (no solo las envolturas de plástico o las botellas, sino también los excrementos y la orina), y encima el maravilloso ambiente de humo, calor y más basura que propina el paradero-restaurant del sitio, que en lugar de reducirse se ha ampliado hasta parecer que podría incluir un alojamiento o un supermercado, el resultado es un aumento sustancial de la temperatura ambiente (aunque imperceptible para nosotros) que sobrecalienta el glaciar progresivamente, llevándolo a la muerte.


Y sin embargo, todo ello también conduce a un espectáculo glaciar más salvaje y caprichoso, pero seguramente con escaso valor para el deporte de aventura (que al fin y al cabo resulta prohibido), o evidentemente, con ya ningún valor como futura fuente de agua, y más allá, dado que las mismas visitas turísticas empiezan a sufrir restricciones, como recurso paisajístico y de entretenimiento está condenado a la desaparición. El impacto no es solo ecológico (el propio retroceso de los glaciares juega en favor de aumentar la temperatura ambiente), sino también estético, social y económico. Tristemente, hay bandas amarillas de “no pasar” en algunos puntos. Así estamos.


Sinceramente, recomendaría no ir a Pastoruri, y todo lo dicho, si se entiende como un desaliento al visitante, pues que así sea captado. Tengo profundos recuerdos, impregnados de afecto y emoción, de circunstancias en que estuve acompañado, otras solo, aquí… recuerdos del hielo cortando mi piel, de la nieve derritiéndose en mis manos y metiéndose en mis botas, de la euforia compartida de llegar a un lugar que solo vemos del extranjero en películas y documentales, de deslizarme por alguna pendiente y gritar a todo pulmón, de ver vomitar a alguien que lo hizo tras mío y romper en carcajadas, de librar una batalla de bolas de nieve, y seguir así sintiéndome más vivo que nunca, de comer la nieve misma y beber el agua helada en alguna grieta, sin poder estar en absoluto así más conectado a la Cordillera Blanca, de estar bajo un arco de hielo y de tomarse la foto apurada porque se trataba de una ducha helada en cuestión… todo lo llevo “aquí” mientras me toco el pecho y la sien… y todo debe quedar en este otro “aquí” virtual plasmado, para que yo mismo reviva la experiencia…

En la ruta de Pastoruri, Quebrada Pachacoto: los reflejos de Pumapampa.

Salvo que alguien se vaya al extranjero buscando estas vivencias, quien no conoció este Pastoruri, o bien tiene aún otros lugares nacionales como alternativas (pero que no se comparan con la facilidad de acceso o son quizás técnicamente inalcanzables para la mayoría, pensando en los otros glaciares en Cordillera Blanca, Huayhuash, Coropuna, Auzangate, Quelcaya) o bien, se tendrá que conformar escuchando y leyendo relatos, y lamentos, como el propio.

En este caso sí, todo tiempo pasado fue mejor: volviendo a 1999. Aquí quedará fijado...

Entre ilusiones y soledades, yo me quedo en ese Pastoruri, como así quedarán conectadas a él algunas circunstancias importantes de mi vida, y, ya sin ningún disfraz poético, en realidad quedarán allí las moléculas de mis alientos vertidos. Y a la vez, llevo a Pastoruri conmigo, nuevamente, quizás sin mayor sentido poético sino como una hermosa realidad objetiva: más allá de las sinapsis mnémicas duraderas de por vida en mi Sistema Límbico, las moléculas de agua allí ingeridas han quedado para siempre en algunos rincones de mi cuerpo, formando parte de mí…

Pastoruri quedará en mí.



En Flickr.
En Panoramio.

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