Así que cruzo Ticlio, alcanzando el frío y el hielo, atravieso los minerales de La Oroya estéril, subo nuevamente por una inofensiva Cadena Central, desciendo casi polinizando los campos de flores del ancho valle de Tarma (desde donde hace tiempo la Cueva de Huagapo me implora penetrarla), para pasar un conducto de alumbramiento, el estrecho y temible cañón del río Palca, luego de lo que, finalmente, soy dado a luz en el valle del río Chanchamayo. Este se ensancha sutilmente y paso por San Ramón, asilvizando en La Merced. Como descrito, por muy abrupta que es la geomorfología que me rodea, ha sido toda devorada por el mar vegetal. Aquí se habla de frutas, pez doncella, orquídeas y mariposas. Y como voraz es la vegetación, tanto lo es la torrencial lluvia que me recibe. La auténtica inundación, ahora sí líquida y de agua. Una fiesta de nubosidad, humedad, precipitación acuosa y barro. Son las 6 a.m. e intento esperar que disminuya la lluvia refugiado en el terminal, pero quiero seguir recorriendo esta discreta porción de selva montañosa, así que me introyecto hacia Yurinaki. Mi itinerario es cubrir el complejo Bayoz: la catarata y el velo de novia.
Izquierda: Catarata Bayoz (no puedo disculparme por lo borroso: es debido a lo tempestuoso del espacio). Derecha: Velo de la Novia de Bayoz.
Del valle de Chanchamayo paso al del Perené. En todo su caudal, rojizo, como estarán todas las aguas por aquí, todas con ínfulas de inundación y huayco. Desciendo en Yurinaki, como planeado. Lo inesperado es que la lluvia no descansa, y bueno, no tengo impermeable. Estoy aquí parado en la carretera bajo unas tiendas, y me dicen que puedo conseguir un impermeable cruzando el puente. El puente es creo la estructura más grande en este pequeño pueblo. 7.30 a.m. y como sea, me colaré en la fiesta de lluvia y barro. Un mototaxi que cobra S/. 15.00 me deja en el puesto de ingreso a la catarata. No hay nadie, no es precisamente una buena temporada para el turismo. Excelente. He penetrado las estribaciones de los Cerros de la Sal. Voy primero hacia la Catarata Bayoz, en la parte superior de la quebrada supongo homónima. Una muy corta caminata, pero ya un avistamiento in situ del océano vegetal, y sobretodo, dada la época torrencial, una zambullida a una piscina de agua por todos los frentes. Miniaturas de cataratas que danzan en el camino, humedad como jamás imaginé, rocío permanente, lluvia intermitente, y el estruendo del río que corre, o diré más bien que golpea el suelo y las rocas, hacia la derecha.
Quebrada Bayoz.
El río, sin exagerar, está monstruoso. Ruge intimidante. Algunas zonas lucen tan amenazantes que es como si el cauce no pudiera contener más tanta embestida líquida. Y esto es exquisitamente ruidoso, pero hay un ruido más poderoso y grave que comienza a invadir más adelante. Todo esto mientras se está casi en la penumbra: el techo es aquella sustancia compacta que forman las copas de los árboles. Lo dije. Ya estoy aquí sumergido entre plantas y aguas y multitud de cantantes emplumados. Olor a tierra mojada, a hongo, y a veces alguna putrefacción vegetal tiene un extrañamente dulce aroma. El Reino Plantae aquí es más bien una tiranía. Musgos y hepáticas cubren hasta las rocas y los troncos vivos. La humedad desbordada acelera los procesos de putrefacción de los troncos caídos, y el atento Reino Fungi aplica sus leyes de descomposición. Mientras tanto, el rocío aumenta, la temperatura desciende, el vapor se espesa y se deshilacha en ráfagas de viento, cada vez más frío y dando directamente hacia la cara, y las trompetas ensordecen: estoy ante la bestia de la Catarata Bayoz.
¡El ruido del presagio!
Brutal. Simplemente eso: ¡brutal! A tal extremo, no porque sea especialmente alta (60 m. aprox.) sino por lo torrencial, en tanto que su base es casi tan ancha como alta y está cargada de toda el agua posible que quepa, que es imposible acercarse, mucho menos, suicidamente, intentar posarse bajo ella. Ni siquiera se puede respirar bien estando cerca porque el viento y el agua que violentamente es convertida en vapor por el impacto sinfín, no es que rozan la piel, no, golpean la cara. La bestia no parará de abofetear con agua gaseosa y líquida. Ya, que ni la visión es posible en este tifón de vapor y rocío. En estas condiciones se me hacen del todo ajenas las típicas fotos de gente sonriendo bajo la catarata. Esto es, exactamente, lo que quería de la selva montañosa. Despejadas todas mis dudas, contemplo como pocas veces, en directo, la belleza de la violencia.
¡A monster!
A mi regreso al puesto de control, sigue sin haber nadie. Indiscretamente, puesto que sorteo una enrejada, me voy tras el Velo de la Novia de Bayoz, hacia abajo y al final de la quebrada. Parece que por fin dejó de llover. Ahora más bien temo que abra ese sol calcinante también famoso de la selva. Nuevamente con las trompetas apocalípticas anunciando alguna embestida de la naturaleza, aquí sin embargo la escena es diferente: repentinamente aparece el borde de un abismo, y el río termina aquí, o mejor dicho, termina su horizontalidad y se precipita a lo que sea que le espere abajo. Un camino colgado del precipicio de piedra, en donde cae agua casi por todo el tramo, desciende abruptamente bordeando la catarata.
Borderline.
55 m. de caída única, hidráulica extremada, desnivel vertical sin treguas, con sus infinitos bramidos y barbullidos obsesivamente amplificados y estruendosos, al unísono, impactando contra el río Yurinaki, que lo espera encerrado no menos furioso, sin orilla alguna, en un cañón de roca pulida sobre el que se levanta el mar arbóreo. El agreste escenario tiene una hermosura con aire siniestro más que exótico, quizás por lo solitario de esta época tal que nadie jamás hubiera pisado el lugar, quizás por el aspecto de claustro mortal que tiene la garganta, con la compulsiva catarata sitiándote, mientras a ambos extremos del codo, el cañón simplemente es tragado por la oscuridad que cierne la bruma vegetal sobre él. Parece no haber salida. Inquietante.
El velo más torrentoso que existe.
De Yurinaki su cañón.
Entre tanto, el timbre del recreo hace mucho que resuena, porque hay aún otro océano paralelo, un omnipresente espectro conformado por mareas de ondas acústicas: chirridos, chillidos, zumbidos, rumbidos, pitidos, susurros, trinos, gorjeos, gorgoritos, gritos, silbidos, crujidos, chasquidos… así que es hora de jugar al biólogo. Me acompañan Micrathena, Mygalomorphae (alguna mígala parda) que se me escapó de la foto, varias Formicidae muchas de tamaños y mandíbulas alarmantes, Mutillidae, regresando al control Lepidoptera de tamaños enormes, Ardeidae pescando (garza, de la que por cierto encontré varios individuos atravesando los senderos), y también algunos Homo sapiens que ya estaban activos en el lugar. Honradamente explico que vine hace buen rato y no había nadie, pago mi ingreso, aunque cuando en realidad me voy.
De izquierda a derecha, fila superior: Micrathena: araña espinosa, Formicidae: hormiga,
Mutillidae: «hormiga de felpa» (en realidad es una avispa sin alas, compárese su tamaño con la típica hormiga más arriba de ella).
De izquierda a derecha, fila inferior: Lepidoptera: mariposa, Fungus: hongo (probablemente Basidiomycota o Ascomycota),
Caelifera - Orthoptera: saltamontes con buen camuflage.
Regreso a pie, viendo más adelante que el Yurinaki ya salió de su encierro hacia un valle libre y abierto, y bajo la vigilancia de no pocas Falconiformes que no identifico si son aguiluchos, gavilanes o halcones, más un osado Caelifera en medio de la carretera afirmada que me conduce al final, según mi plan, de esta postergada inmersión en el Mare Botanĭca y, por lo pronto, la vista de dos de sus monstruos acuosos. Será un muy corto por lo pronto ya que esta embriaguez de vida obsesiva y salvajismo de roca y agua, me precipitará cual catarata humana sobre más selva montañosa. Mientras tanto, siguiendo al río Perené, mi itinerario cambia y avanzo a Pichanaki. La explicación de este cambio obedece a causales de índole extraña para mí mismo, un universo paralelo que me domina y que se creó no solo de mi sentir, y sé que busco algo, y al tiempo, sé que ya no existe aquí. Pero así son algunas cosas que se hacen en un secreto para todos, excepto para mí. (¿Pero S/. 50 hasta la Catarata Zotarari, no es una estafa? Caramba, se me escapó la tercera catarata.)
Mientras tanto avanzo aún más, hasta Satipo, bajo el ahora impulso de llegar hasta la selva baja. Pero por lo visto será para otra ocasión. Todo empieza a tornarse más lejano y a dilatarse temporalmente para descubrirse. Hay sitios remotos, fuera de los circuitos turísticos, que probablemente nadie los conozca, salvo por alguna foto de algún explorador profesional. Me refiero a récords mundiales que, simplemente, están allí aún desconocidos, como la Catarata Tres Hermanas, que según GPS asciende a tercera catarata más alta del mundo, lo que, en la siguiente narración abordaré, abre una especie de debate porque resulta que la Catarata Gocta no es esa tercera como se promociona. Luego, está el probable puente natural más grande del mundo, el Pavirontsi (ver aquí también). Son las gemas del Parque Nacional Otishi, también territorio de Junín como el que piso ahora, pero inaccesible para los comunes.
Satipo: puente sobre el río homónimo, y nubes crepusculares de despedida.
Volviendo a lo accesible, las rutas de caminatas que tiene entre sus manos la selva central son numerosas y sencillas. Sin avergonzarme de esta tristeza paradójica entre mi abrumadora satisfacción, porque me alejo de aquí y me acerco al cemento y al smog, porque busqué lo que ya no podría encontrar, porque se trata no solo de mí aun siendo un visitante solitario, abjuro de no incluir tales rutas en las fugas simples desde Lima. Y quizás, mi búsqueda imposible termine y se construya una travesía diferente. En el universo que ocupo, esta mixtura de torrentes brutales, orgía biológica y experiencia sensorial completa deberé saborearla nuevamente. Y es que, es como lo esperé, y más. Sí, muchísimo más.
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