miércoles, 8 de octubre de 2014

La maravilla pétrea de Huayllay

Misterioso, infinito, hipnótico. Creo que con esas palabras podría describir mi contacto con este sitio «alienígena». Bueno, no quise sonar cliché. El hecho es que es sencillamente una gigantesca exposición de arte escultórico de la naturaleza, realizado durante millones de años para mostrarnos estatuas de roca desnuda. Y sí, de lejos, parece un bosque; mas escapa a los sentidos lejanos su absoluta esterilidad, tanto como Cerro de Pasco de mina y artificialidad. Sin embargo el planeta de piedra de Huayllay es tan fecundo para el asombro como la verdadera selva. Y siempre extraño, lo suficiente como para generar una fuerza gravitacional irresistible. Entre sus «árboles» un susurro invoca. Hacia este pedazo de la Tierra fuera de ella, saturado de expectativa, me dejo atraer. Aquí resumo más de una visita, una infinita del 2001 otra, una historia de terror del 2010 que jamás contaré...


Centinelas...

Cerro de Pasco, hasta donde llego aproximándome a Huayllay, es en efecto a sus 4330 m.s.n.m., auténticamente estéril. Lo maravilloso, y diré que solo esto, fue que al amanecer encontré hielo por todos lados. Lo demás fueron burdeles y borrachos. Por fin en el planeta de piedra me presento en la casa del guía, explicando que vengo en son de paz. La hospitalidad abrumadora que esta especie me brinda, verdaderamente en medio de la nada, agregará una profundidad especial a mi visita. Dos cosas pude asimilar de Huayllay: algo de la esencia de aquello de ser humano, y algo de la comprensión inmediata de aquello llamado ‘andino’. Más allá de la experiencia de salir a la una de la madrugada del alojamiento, en medio de la puna, a simplemente ver la inmensidad bajo la Luna llena y una bóveda negra brillante de estrellas, estar un par de días con estas pocas personas me informó de aquello que en la ciudad es cada vez más un recuerdo: la experiencia del contacto humano. El alienígena, definitivamente, seré yo.

En medio de Huayllay: la casa del guía.

El asunto es así en cuestión, y no haré ningún análisis explicativo: la familia, compuesta por el papá, la mamá, un hijo y una hija, viven sin electricidad, usan la champa como combustible para cocinar, crían llamas, y se apoyan en el guiado turístico y el servicio de alojamiento y comida. El papá y el hijo ofrecen servicio de guía turística y transporte durante el día o varios días enteros, mientras la mamá se ocupa de la casa y la cocina, y la hija arrea llamas y apoya a la mamá. Así transcurre el día hasta alrededor de las seis de la tarde, cuando todos coinciden en casa. Se reúnen en la mesa, a la luz de velas y lamparines. Y hablan, mucho, de sus peripecias durante el día. Yo simplemente fui un testigo mudo, agazapado en una de las habitaciones. El papá cuenta sobre lo interesantes que fueron unos turistas franceses, el hijo que espera el regreso de unos españoles en mayor número, y que el cielo se puso nublado en algún momento, mientras la hija narra su peripecia para recuperar una llama que casi se le escapa, y la mamá les comenta que la cena le salió deliciosa. Todos están felices de las cosas ocurridas, de escucharse mutuamente, de saberse fabricantes de un día más. O todo lo supongo yo, pero ellos se ríen y cuentan emocionados sus asuntos. Es una fiesta. Una fiesta de cosas tan simples y sin embargo tan fundamentales para esta familia en medio de la puna y las rocas milenarias. No hay televisor que los vuelva autistas indiferentes entre sí. No hay videojuegos que hagan la comunicación un asunto que no deba importar. No hay internet que vacíe de experiencia afectiva real a la interacción humana. Y yo ahí, y sin estar ahí, pensando en desde cuándo la civilización tecnológica nos está empujando hacia la apatía.

Supongo que el caracol no avanzará ;) (excúsenme la moto, no es mía)

Hongo.

Por otro lado, habiendo alcanzado lo alto de uno de los tantos farallones, reposando, soy arrebatado por una experiencia mística aural. Con el Huagoruncho lejano, la última montaña nevada de los Andes Centrales, de pronto grito y el bosque me devuelve mi voz varias veces y a intervalos variantes y tonos diferentes. Es la acústica de lo inmenso. Y entonces callo. ¿Silencio? Sí, y no. El viento susurra, gime, y finalmente me silva, me habla al oído mientras mis párpados se cierran para dejarme entender su lenguaje. Es la música andina, el viento en la inmensidad del ichu, la sinfonía del ande. Inmediatamente comprendí la música andina, al menos la prehispánica, y su riqueza de vientos profundos y silbantes: el hombre andino simplemente le ha tratado de responder al entorno. O emularlo. Me entero de que crecen unos hongos alucinógenos… solo imaginé la disolución de mi consciencia entre piedras, vientos y éxtasis. Así, si alguna vez intenté entenderlo, desde esta experiencia quedé felizmente incapacitado para aceptar que pongan música rock o blues de fondo mientras aparecen los Andes.

Individuos: orgánicos e inorgánicos, de roca.

Desde los farallones se descubre que la inmensidad es la fusión del suelo con el cielo, y esta fusión es la experiencia de infinitud del paisaje. Más de un arco iris simultáneamente por la tarde, y nubes de verdad, que al intentar ocultar al sol sus bordes se inflaman hasta las ganas de romper en llanto de tanta belleza. Cielos apocalípticos y tormentosos precipitándose, literalmente, hacia el suelo, bajo todos los estados materiales del agua. Lluvia que viaja de un lado a otro arriada por un Αἴολος impetuoso, granizo azotando estruendosamente la calamina mientras Ζεύς grita, pavoroso y petrificante, dando sus muestras de relampagueante ira, que escapa a la cámara fotográfica de este insignificante testigo de la histeria natural por doquier. Estoy en el planeta Huayllay.

Entre árboles pétreos.

Humanoide...

Así que, con el dolor de despedirme de toda esta esterilidad aplastantemente viva, debo dejar atrás este planeta pretérito. Debo dejar los infinitos árboles de piedra. Y el retrato del pasado de la humanidad. Haré el debido honor de contarles que volví. Sí, dos veces estuve aquí. Christian, el hijo mayor, me cuenta que quiere estudiar en Tarma. Se trata en cuestión de un muchacho inteligente y excelente guía. En algún momento llegará la electricidad y el wifi. Regreso a mi civilización tecnológica apatizante, de donde salgo, y de la que dependo. Pero un instante, en un fugaz evento del espacio y del tiempo desdoblado en dos momentos, descubrí y redescubrí el universo paralelo de Huayllay, y su calor humano distante, allá en la inmensidad y el misterio, a más de cuatro mil metros de altura.

El cielo descendiendo entre lluvia y arcoíris.

Alpaca...

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domingo, 29 de junio de 2014

Laguna Rapagna

Ciertamente planificado ¡caminata y campamento! Después de tanto tiempo, ya que desde que dejé a los boy scouts, han pasado muchos años sin campamentos. Involucrado a través de un tercero con un grupo que ha tenido ya previas salidas, pero que jamás he visto en mi vida, solo coordinaciones vía correo electrónico. Sabía que debía llevar comida, agua, bolsa de dormir, hasta una carpa (prestada, y para 4 personas, que me quedará muy grande y sobretodo, pesada), y así obedientemente todo lo reuní, terminando con un equipaje enorme ¡y pesado! ¿ya lo mencioné?

Dejando atrás Río Blanco...

Marcado en los días 28 y 29 de julio en el calendario, 2009, con punto de reunión como es típico en Chosica, ese gran día de comienzo ¡me quedé dormido! Al borde de la locura de la desesperación, porque no iba a cancelar esta escapada, para la que incluso hice un anticipado entrenamiento yéndome a Pala Kala (y encima no tenía números celulares de nadie), abordé el primer taxi que aceptó llevarme hasta Chosica, y al precio que me pusiese en la sien (por entonces vivía en La Perla, Callao), cual asalto merecido ¡50 soles! Lo más gracioso, en verdad casi absurdo, es que, ya estando en Chosica, no podía reconocer a nadie, y había entusiastas acampadores con sus mochilas por todos lados.

Durante un descanso (el que mira hacia arriba soy yo).

Casi resignado a acoplarme al grupo que fuese, a donde fuese, si me lo permitían, no sé cómo intuyo que un pequeño grupo cerca de mí hablan de Rapagna, o en verdad es que los escuché mencionar el sitio. Como fuese, me acerco amistosamente a preguntarles si alguno era fulano de tal, que yo soy Antonio, solo que se me hizo tarde ¡y en efecto ellos eran! Vaya suerte. Pero aún más gracioso, y ya no absurdo sino como para desear locamente viajar hacia atrás el tiempo y ahorrar dinero, fue que aún faltaba un integrante más, y simplemente el resto del grupo lo estaban esperando para partir. Aunque ese integrante no era, yo, sino otro más.


De acuerdo, completo el grupo, partimos para Río Blanco en ruedas, y por la gracia de nuestra tracción motora biológica, emprendemos la subida a la Laguna Rapagna (4500 m.s.n.m.). Caminata, campamento para pernoctar, caminata, en un ascenso de 1000 m. de pendiente desde Río Blanco. Exigente, dado que llevo una casa a cuestas. Se trata de los Andes salvajes, puros, un paraje con la travesía del azul de la laguna al blanco del hielo y nuevamente al azul del cielo, tan al alcance de la mano desde Lima. ¿Algo más? Así que ello de si vale el esfuerzo es algo que ni siquiera se me ocurre remotamente. Disfrutaré el cansancio, saborearé el dolor. Y además, estoy rodeado de unos exploradores mucho mejores que yo en este negocio, así que, cuerpo, ni se te ocurra darme problemas.

Hermoso ¿cierto?

Sol fuerte. El de las alturas es engañoso: esa brisa serrana un tanto fría enmascara una segura insolación. Ya me ha ocurrido. Pero simultáneamente, asisto a una clase de geografía con Javier Pulgar Vidal, verificando el cambio paisajístico entre las regiones quechua, suni y puna. Se va yendo la vegetación abrumadora, aunque claro que tampoco como en la selva, y penetramos en el reino del ichu. Algún descanso, necesario. Mientras ciertas brisas gélidas anuncian el espectáculo final de las cumbres nevadas, al menos en este entonces.

Avanzan las sombras mientras avanzamos a Ucuscancha... Al fondo, arriba y detrás de las últimas pendientes, nos espera Rapagna. Mañana...

Así arribamos a Ucuscancha, que no es un pueblo, sino a lo mucho unos corrales para el ganado que se pueden usar para acampar. Excelente noche hablando de biología y viajes. Luego, disolviéndose todo en el silencio absoluto, por momentos asomo la cabeza por la escotilla de mi nave de lona, porque entre tantas estrellas, es fácil errar el rumbo. Pero de todos modos me dejo perder. Es necesario dejar que estos planos infinitos tomen el mando, del macrocosmos del cielo vibrante de luces, hasta el microcosmos de todo lo que jamás se irá ya de mi memoria. Debo dejar que se consoliden muchas sinapsis.

El campamento en Ucuscancha, al amanecer.

Antes que lleguen los rayos del sol, y en pasamontañas, salgo a dar un paseo. Todo este éxtasis cordillerano me puso en vigilia antes que nadie. Al volver ya el mundo abrió los ojos. Listos para el tramo final hacia la laguna. Ella descansa sobre una estructura rocosa que es una auténtica muralla frente al sendero, en el seno de la región final que nos espera: la cordillera. Hubiera sido demasiado que aquí hubiera una catarata. No todo es perfecto, y a la vez todo esto ya lo es. Nos reciben pues estas fulgurantes aguas cristalinas, al pie de montañas nevadas, aunque seguramente temporales, pero están nevadas aun siendo temporada seca y calurosa. Es un hermoso regalo de Gaia. Más intensidad en los azules no se puede pedir. Contemplación. Asimilación. Un compañero me lleva por otro sendero de regreso para rodear la muralla de la laguna. Este se encuentra con el sendero que sube a la Laguna Putca.

Listos (y yo con mi enorme carpa).

En la parte alta, me topo con unas extrañas criaturas estáticas, que sobreviven gracias a las sombras que les proporcionan algunos afloramientos rocosos. Siempre amaré a estos seres, vivos en mi imaginación pro-cordillerana. Se trata de hielo, solo eso y no menos que eso. Es aquello definitivamente cuasi mágico respecto al agua: sea en estado sólido, hielo, nieve y nevados, sea líquido, lagunas, ríos y cataratas, o gaseoso, cielo, nubes; siempre atrae inevitablemente nuestra atención. Incluso hasta memoria e inteligencia le atribuyen algunos. ¿Recuerdos atávicos del pasado evolutivo, o simple aprendizaje cultural? Añado más magia. El hecho es que caminé sobre hielo, entre el hielo.

Rapagna.

Como les decía...



Y efectivamente, este cansancio, sobretodo el sufrido descenso casi a velocidad de carrera (la bolsa de dormir y la carpa que llevo a cuestas siguen pesando lo mismo), tiene un sabor dulce. Dos días alcanzando el techo de Lima. Dos días, cual mota de polvo insignificante en un vasto universo de días monótonos y laborales, que sin embargo tienen un valor infinito.




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domingo, 25 de mayo de 2014

Canta – La Viuda

No hay esposo muerto entre los lapidarios plegamientos andinos. No hay lamentos entre los deshielos glaciares. No hay luto entre las oscuras calizas. Aunque la leyenda cuenta que tras la muerte de su esposo Pachakamaq, la diosa Pachamama, viuda, tratando de proteger a sus hijos transmutó en un macizo nevado de 5200 m.s.n.m. Hoy todo es alegría y canto. Canta tú también. Sí, Canta. Aquella que se vuelve un mar de limeños encarpados en feriados. Mi cuento es otro.

Me gusta la niebla, y La Niebla (de John Carpenter) también.

Este es el punto señalado en mi mapa: la Cordillera de La Viuda, uno de los atractivos cercanos a Canta. No es una unidad orográfica como tal: la componen una serie de picos, con cada vez más reducidos glaciares y aislados entre ellos, al noroeste de Ticlio. Aunque a diferencia de aquí, en las alturas cordilleranas canteñas aún se pueden apreciar nieves perpetuas, que, no lo serán en un futuro muy cercano. El río Chillón, por su parte, ha esculpido un profundo valle, que en Canta, aunque más abierto, tiene laderas escarpadas típicas de un amplio cañón. Este es mi paisaje en cuestión, y esta la travesía. No estoy interesado en repetir lo mismo que miles de limeños, aunque comprensiblemente en(canta)dos todos, yo también, por Canta, y Obrajillo.

Hacia La Viuda. Izquierda: Canta, al medio: Obrajillo, derecha: San Miguel.

En la villa en(canta)dora una pronta neblina crepuscular, me da un hermosamente tétrico recibimiento, y más tarde un par de truenos ponen el detalle acústico preciso. Encontrar a la viuda significa transitar un camino estrecho repleto de inquietantes abismos. Y comerse una trucha al aire libre, en las inmediaciones de Huaros, hace del salmón andino la cosa más exquisita de este mundo, escuchando el canto del río, entre los soberbios telones de las laderas salpicadas de verdor. Así se continúa hacia el alumbramiento del Chillón.

Laguna Chuchún, desde su borde norte.

El nublado día no deja ver las más altas cimas, pero por lo menos el extenso piso de agua azulada de la Laguna Chuchún (4400 m.), recompensa la vista. La viuda en cambio deja impúdicamente al desnudo sus marcas de plegamiento tectónico, o serán las huellas de Pachamama retorciéndose mientras se convertía en montaña. Un simpático granizo ameniza la tarde, tímida nieve también. Es finales de marzo y la época de lluvias recién comienza a marcharse, pero todavía, aquí en este en(canta)dor rincón de los Andes, devanea sólidamente. Y me gusta que lo haga. Me completa el cuadro vivencial.

La Viuda, con su plegamiento andino al desnudo.

La frontera entre la puna y la janca no existe. Las ondulaciones puneñas, erizadas de ichu siempre, simplemente muestran lugares cada vez más frecuentes de afloramientos rocosos lustrosos, testimonios del paso aplastante de los glaciares retrocediendo durante el cuaternario. Así cada vez más, mientras el ichu se ve ahogado por superficies pétreas impecables y falta de tierra blanda, refugiándose en resquicios y grietas, hasta que o bien aparecen las morrenas, o directamente se yerguen los cuernos de roca, que muchas veces, de acuerdo a su mayor altura, logran atrapar el cielo convertido en nieve.

Lejanos alrededores de La Viuda...

Así es como me llevo a la viuda en(canta)dora en mis sinapsis hipocampales. Yo, respetable Pachamama, fui digno de verte. Sé que seguirás llorando por tu esposo, pero esa lluvia que nos regalas, es la vida misma en la que trascenderán, siempre, ambos. Gracias.



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domingo, 11 de mayo de 2014

Quebrada de Llaca

En un extravío repentino, agarrando la mochila y metiéndole casi nada, tomando una fotocopia de un mapa que en otra oportunidad conseguí en Huaraz sobre la ruta, escapo de Lima desde Fiori por 13 soles, ¡sí!, y llego para el amanecer a Huaraz. Miro el sol encender las nieves de la Cordillera Blanca. Mi entusiasmo se inflama. Desayuno; una cosa que otra para comer engordan la mochila. Y emprendo mi subida a la cordillera, siguiendo siempre la misma ruta para la Laguna Churup y la Quebrada Quilcayhuanca, siendo la Quebrada de Llaca uno de los desvíos hacia la izquierda. Como siempre creo, no llevo equipo completo. P.ej. no llevo linterna, y hablamos del año 2005, sin smartphones con GPS ni mapas. Todo esto, y aun no logrando el objetivo de la caminata (llegar hasta la Laguna de Llaca al fondo de la quebrada), significará una de mis más intensas travesías, casi un viaje hacia mi inconsciente, irónicamente de la mano de mi propia imprudencia. La cordillera tropical más alta del mundo nuevamente me arrebatará, absolutamente. En retrospectiva, yo mismo me sorprendo de cuánto puede dar de sí, casi sin planificación, una salida corta y simple.

Desde la Plaza de Armas de Huaraz, contemplando las primeras iluminaciones sobre la Cordillera Blanca.

Para empezar, tomo la ruta Llupa – Cojup – Llaca, que resultará me parece, más larga que Marián – Llaca. Bien, hasta el momento, transcurriendo la mañana voy andando bajo un fuerte sol, y siendo mediodía, estoy acercándome a la cordillera. El espacio que ocupo es realmente dentro de la Cordillera Blanca, no meramente la contemplo desde el Callejón de Huaylas. El valle en U, la forma que aquí tienen las laderas de las quebradas encañonadas, es producto de los cinceles glaciares cuaternarios. El camino logra penetrar en la Quebrada de Cojup, y me llevo el saludo del Pucaranra (6156 m.). Luego, ya en la Quebrada de Llaca se asoman al fondo el Ocshapalca (5888 m.) y el Ranrapalca (6162 m.). Soy optimista, pero sé que estoy en pésimas condiciones y no he tenido ningún entrenamiento previo. Desde ya el aire andino y su carencia de oxígeno me hacen advertencias. Y al parecer no es muy temprano. En el fondo de la quebrada, las sombras invaden antes del crepúsculo, y se fueron precipitando las 2, las 3 y las 4 de la tarde, cuando llego a unos cientos de metros de la empinada morrena sobre la que yace la Laguna de Llaca. Sin embargo llego aquí exhausto, ya habiendo agotado mis últimos esfuerzos, encima, con complicaciones bronquiales. Y con una prematura oscuridad. Ni siquiera me fijé si habría Luna en la noche, y no tenía abrigo suficiente para soportar la gélida madrugada, y menos aún una bolsa de dormir. Mi ingenua idea era que iba a llegar a la laguna como máximo a las 3 p.m. y que luego emprendería la fuga. Dentro todo de un solo supuesto día. Craso error, a pesar de que en efecto la ruta sí se puede realizar en un solo día (salvo que siempre veo que con ayuda de transporte), pero estaba comprobando que no era mi momento.

Por las alturas de Llupa: la boca de la Quebrada Cojup.

Por las alturas de Llupa: el cuerno del Huamashraju (5434 m.) y más atrás el Cashan Oeste (5686 m.).

Mi amada Cordillera Blanca, allí teniéndome en sus entrañas, me consoló con un casi juego para la vista: ya en pleno atardecer en el fondo de la quebrada, con la meta riéndose de mi, las rocas empezaban a moverse, y cuando intentaba capturar con la mirada un punto, este se volvía estático como estaba antes y luego en otro lado otra cosa se movía, y al instantáneamente volver la mirada, se aquietaba éste y se movía algo por otro sitio. Obviamente las rocas no estaban animadas, pero tenía que quedarme inmóvil, y así pude ver que de entre las rocas y por entre las grietas en las paredes de la quebrada surgían uno, dos, cinco, diez, montones de vizcachas. Y a mi menor movimiento, nuevamente desaparecían. Qué bonito, pero ya eran las 5 p.m., aunque yo me sentía tranquilo, porque en fin, ya he andado por los Andes sin linterna, de noche, bajo la enigmática luz lunar. Inicio, desairado no por la falta de oxígeno sino por no lograr mi objetivo, el regreso. Por una cuestión de tiempos, no debería ir hasta la laguna, porque implicaba pernoctar acampando. Y tampoco estuve en una temporada alta de turismo, así que no me crucé de ida, y así será también en la vuelta, con ningún turista ni transporte, porque en algún momento se me ocurrió que seguramente encontraría en la laguna algún campamento de solidarios extranjeros que se apiadarían de mi y me proporcionarían un espacio tibio. La hermosa y gélida Laguna de Llaca está a más de 4400 m.s.n.m., así que esta ocurrencia era un verdadero riesgo. (Mucho después me enteré que en la laguna hay un refugio). Sin más, y contra mis disparates, tenía que regresar.

Pasando por la Quebrada Cojup, con el Nevado Pucaranra (6156 m.).

Casi en la entrada de la quebrada hay un refugio, otro, pero sin vidrios en las enormes ventanas, ni camas, solo paredes y techo, y esas enormes ventanas desnudas, en pocas palabras a merced del frío, tampoco representaba un buena opción para pernoctar. Seguí mi descenso hacia el mundo. Hacia el reino de la oscuridad, sin la Luna de mis delirios. 6, 7, 8 p.m., no tanto tiempo en realidad, dado que intentaba acelerar el paso, pero cada minuto se hizo un siglo, y sentí, en verdad, que el tiempo y el espacio se estiraban. No se trataba de visibilidad cero, pero se volvió un terrible esfuerzo neural reconocer el camino y no desviarme. Estoy a 3800 m.s.n.m., en un relieve suave, sin campos de cultivo, ni vegetación arbórea, pero sobretodo, solo y sin luz. Ya era estúpido esperar que pase un transporte a esas horas. Entonces empezó lo interesante. Años después encontraría la explicación en la Ciencia Cognitiva, pero aquí, aislado y con la visión empujada hacia su mínima expresión, me convertí en el ratón de laboratorio del sentido de agencia, la percepción automática (inconsciente) de presencias antropomorfas en medio de la desinformación sensorial y situaciones de ansiedad. Puede ser exagerado, como veré. Porque todo el tiempo era mucho más lo que podía oír que ver. Así me empezó a invadir la sensación de que me estaban siguiendo, pisando al mismo tiempo que yo cada paso. Y allí, no quedó otra cosa que el miedo, por mucho que consciente y racionalmente sabía que era altamente improbable que hubiera otro imprudente como yo, que tampoco podría ser algún turista extraviado, aunque quizás, sí pudiese ser algún lugareño sigiloso, o peor, un ladrón de ganado que está refugiándose lejos de algún poblado. Como fuere, todo este análisis, no paliaba este rush incontrolable de sensación de presencia y miedo. M-i-e-d-o. Porque algo me obligaba a pensar que no sería amistosa, aunque tampoco alguna tontería alienígena, ni tampoco sobrenatural. Ser escéptico fue algo que quizás se puso a prueba, y finalmente ganó (porque aquí abundan los relatos de fantasmas y demás entidades mágicas no necesariamente bondadosas), pero el miedo es de raíz inconsciente y punto.

Entrando en la Quebrada de Llaca.

El hecho es que tenía que detenerme continuamente para intentar detectar si realmente me seguían. Y solo podía hacerlo auditivamente. En este camino de tierra y grava, cada pisada producía un sonido, que mientras ya se iba dando la siguiente pisada aún lo escuchaba, ese particular sonido de la grava siendo aplastada y levantada y los montones de diminutas piedras desmoronándose alrededor de la pisada. Parecían pisadas en paralelo. Los saltamontes invisibles que se cruzaban delante de mí, azotando sus alas repentinamente, también hacían su parte de sobresaltos. Por cierto, nunca me salí del camino, por el solo hecho de que a la débil vista la tierra abierta del camino es más clara, o más bien menos oscura en estas circunstancias, que la tierra fuera de él. Hubiera sido una mala idea intentar hacer atajos siquiera entre las curvas, hay cactus (y probablemente huecos), y no me interesaba experimentar pisar alguno. Pero mejor se puso el asunto cuando, luego, en mi torpe avance, a duras penas logré distinguir una silueta en un borde del camino. Tuve que definitivamente parar, y claro, mientras un odioso resfrío me acompañaba, para esperar, por pura intuición nuevamente, que la cosa esa se moviera, o hablara. Y es que inferí que se trataba de una persona allí parada. Por mucho que me respondía a mí mismo que no tenía lógica, así lo intuía, y fuertemente. Con la mayor lentitud posible fui dando un paso tras otro, aproximándome, hasta poder notar que se trataba de un arbusto. ¡Un arbusto! Bueno, buenas noticias, creo, porque probablemente ya esté acercándome a alguna zona de cultivo, y así a alguna aldea. Casas, personas, despedir el frío, tranquilidad. Momento además de percatarme que estoy en la Vía Láctea, pero que puedo verla desde la orilla en la que estoy, porque así este cielo negro absoluto me lo permite. No estoy solo, miles de estrellas me acompañan.

Tras el oscuro telón de las sombras en ciernes, me observaban los relucientes Ocshapalca (5888 m.) y Ranrapalca (6162 m.).

Entre tanto, más arbustos y luego árboles comenzaron a aparecer. Incluso escuchaba un río. Y más árboles. Hasta que, por fin, una silueta de una casa. Por supuesto aquí no hay electricidad. Me felicité por no haberme desviado, ya que como aquí en los alrededores de Huaraz, jamás he visto un único camino hacia algún punto, sino que siempre hay atajos, cortes, desvíos, bifurcaciones, caminos antiguos, etc., que claro, no son pues como para transitar de noche sin linterna. Bien, tan solo habiendo terminado de gritar ‘hola’ acercándome a la primera vivienda, una jauría anti-ladrones casi me alcanza, obligándome a retroceder. Faltaba más, que viniendo de realizar mi pequeña hazaña, justo ahora unos perros malhumorados acaben con el héroe. Pero al menos llamaron la atención de un niño, que no sé qué me respondió, pero noté que le ordenó a su jauría dejarme pasar. Así que seguí y noté una silueta, ahora sí, de una persona, un hombre de mediana edad. Y me habló. Vaya, sentí como si hubiera llegado a un planeta nuevo y estuviese a punto de contactar un individuo de una especie nueva. Hola. Quién es Ud. Soy un ‘turista extraviado’. ¿Turista, sin linterna, a esta hora bajando de la cordillera? (Bueno sí, soy un imprudente-irresponsable en realidad, pero heme aquí sano y salvo). Ya, soy fulano de tal, vengo de Lima, pero dejé a ‘mi grupo’ en la laguna (ocurre que, como ya me ha pasado, un caminante solitario es sospechoso —de intenciones más bien malas que buenas, o algún tipo de demente— para estas personas en estos parajes), de paso que yo mismo me pongo a supuesto resguardo de que por el contrario, el extrañado lugareño tenga alguna mala intención (porque como dije antes, por aquí abundan los ‘abigeos’, ladrones de ganado, a los que, me enteraré luego, sino los entregan a las autoridades los propios pobladores les hacen ‘juicio’ —los matan). Bueno pues, insistí en que no era más que, en verdad, un turista. Y me pidió ver mi DNI, que obviamente no se lo negué.

En las sombras...

Al parecer convencido de que soy inofensivo, me ofrece su vivienda para pasar la noche. Acepto, por supuesto. Una auténtica vivienda rústica, a lamparín y leña, con un sobrio guiso de trigo de cena, un poderoso quáquer, de trigo también, una risueña esposa que solo hablaba quechua y dos hijos, niños, que creo tampoco hablaban español. Y cuyes y un becerro, allí mismo. Otro núcleo de humanidad simple y escueta, con un inconfundible toque andino de mezcla de inocencia y desconfianza, allí alrededor de las 10 p.m. en las suaves estribaciones de la cordillera tropical más alta del mundo. Intercambio experiencias con mi anfitrión inesperado. Le cuento detalles sobre mi aventura (espeluznante) bajando de Llaca, me cuenta sobre su aventura (esperanzadora) cuando bajó a Lima. Me dice que ha guiado a algunos turistas, y también de cómo hacen allí justicia con los ladrones. Le explico que siento que el suelo que pisamos sea probablemente uno de los lugares más bellos del planeta, sin hacer mucho caso a la paradoja de la evidente rudeza de la vida aquí, entre tanta maravilla pasmosa. A esto le llaman turismo vivencial creo. Para mí es una travesía de experiencia sensorial y cognitiva total. Y sin planificación sesuda, más el puro azar. A dormir, allí al costado de los cuyes. Perfecto, porque así está bien. La Luna, me dice esta persona cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, saldrá recién durante la madrugada. No lo sé, no la logré ver, pero ya no importa. Total, el resto del cosmos fue mío.

Al pie de la morrena sobre la que descansa la laguna... Pero, debo regresar.

Creo que a las 6 a.m. fui despertado. Sinceramente quería dormir más, pero aquí todo empieza apenas con la primera claridad. Mis profundas y honestas gracias. Tenía un billete de 100 y otro de 20 soles, así que como muestra de agradecimiento le ofrecí los 20, y no olvido la expresión de su rostro: nunca descifraré si fue asombro, por tratarse de una cantidad nada despreciable, o fue agravio, por tratarse de una miseria que mejor ni ofrecerla. Me incliné a pensar que allí 20 soles es buen dinero. Supongo. Me indicó que siguiera el sendero hacia Marián, y que allí encontraría transporte público hasta Huaraz. Se ofreció a bridarme alojamiento y ayuda cuando ‘mi grupo’ deseara volver. Y yo le dije que cómo no desear regresar. Y así es, cómo no. Dije que volvería. Pienso hacerlo, aunque quizás él ya no esté. La más extraordinaria experiencia, reflexión a posteriori, es sentir como los débiles hilos de nuestras existencias se cruzan, se separan, quedan en el recuerdo, se pierden en el olvido, o quizás, por aquello del azar como ahora entre la roca y mi mochila, entre la quebrada y este nombre en la amnesia, vuelvan a unirse. Mientras la cordillera seguirá allí, como presenciado incólume el azaroso entretejido de nuestros destinos a sus pies. Yo pues, el componente efímero ante la nieve y la laguna, hasta quien sabe, es quien ya no ocupará este espacio.

Sin terminar de contar que esos 100 soles no me los aceptaron en Marián, por ser un billete muy grande (otra imprudencia no contar con billetes de menor denominación ¿acaso olvido que ni siquiera estoy aún en Huaraz?). Así, irónicamente allí botado pero con dinero en el bolsillo, tuve que regresar a pie hasta Huaraz. Ahora recién, ya estoy aclimatado y en mejor forma, para más ironía. En fin. Luego de devorar todo lo que pudiese sin afectar mi pasaje de regreso, vuelvo a Lima. Absolutamente satisfecho, desde las piernas hasta el estómago y el cerebro. Arrebatado hasta, literalmente, el cansancio total. Y con una saludable deuda pendiente con la Laguna de Llaca, no con su quebrada.




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jueves, 1 de mayo de 2014

Llanganuco

Belleza y terror... 
Turquesas y sismos... 
Aguas mágicas, nieves fulgurantes y desastres fulminantes.

Amour turquoise...

Clásico del turismo peruano. Postal representativa de nuestros Andes. Carta de presentación del Callejón de Huaylas y el Parque Nacional Huascarán. Sí, y sobre todo, una helada orgía de turquesas, turmalinas, jades, aguamarinas, cianes, celestes… A escondidas del Huascarán y el Huandoy, desde su encierro pétreo colosal entre ambos centinelas gigantes de hielo. Vuelvo por aquí. Típicamente, visito la Laguna Chinancocha (3838 m.s.n.m.), laguna hembra, la primera de dos lagunas (la segunda es Orconcocha, laguna macho) que componen Llanganuco. Wiki Sumaq Perú relata la conmovedora leyenda de Huáscar y Huandy, la historia de amor truncado por un dramático final, el origen mágico-religioso de las lagunas y las montañas nevadas que las resguardan. ¿Pero qué hay de mi introducción antitética a este rincón precioso de la Cordillera Blanca? Es la realidad cruenta que se esconde entre las rocas y el hielo de esta belleza pasmosa: aquí perecieron 15 montañistas checos, como resultado de las avalanchas que descendieron de la cumbre del Huascarán Norte, en el terremoto/aluvión de 1970. Ello, tristemente, es solo una fracción minúscula de la hecatombe que se cernió, sin posibilidad de presagio alguno, sobre toda una población entera.

La leyenda: sobre las lágrimas de Huandy, ella misma contempla, incólume, su propio llanto. Interpretación geográfica: sobre el lado norte de Chinancocha, se deja ver la cara Sur del Nevado Huandoy Sur (6160 m.).

Iluminado, con una flor, para ti Huandy...
Esta cumbre sur del grupo Huandoy, con su temible pared vertical de granito de 700 m. de altura, claramente visible, ha sido conquistada solo un par de veces.
El primer osado, el alpinista francés René Desmaison (1930 - 2007... Me entero, recién al preparar este relato, que el héroe del hielo se fue con Huandy),
documentó la hazaña con una película, y un libro Los Andes Vertiginosos,
del que poseo un ejemplar (lo que pedí como regalo de cumpleaños cuando tenía 13 años).

Mi ejemplar.

De los desastres naturales, mundialmente históricos, probablemente uno de los más dramáticos fue la desaparición de una ciudad completa, Yungay, en ese fatídico sismo del 70. Y no por causa del terremoto en sí mismo, sino por el siniestro castigo de Huáscar (el Nevado Huascarán y sus dos cumbres Norte [6664 m.] y Sur [6768 m.]), que como reza la leyenda inca, juró vengarse del pueblo que lo separó de su amada. Y así fue. Y así lo hizo. Sin la menor piedad, asegurándose de una destrucción total, un literal borrado del mapa del pueblo, en cuestión de pocos minutos (¡tan solo 3!), luego del terremoto. Lamentablemente, la infinita belleza nevada es a su vez un descomunal destructor. Realmente cuesta imaginar que las colosales cantidades, en toneladas, de hielo, roca y barro, que se desprendieron del nevado, como producto de su propia extrema velocidad y presión, crearon un colchón de aire sobre el cual, prácticamente, el aluvión «voló» sobre la quebrada que desciende de Llanganuco hacia el río Santa. Todo esto significó el efecto dantesco de que una parte del aluvión «saltara» sobre Yungay, por sobre la colina que la protegía. La ciudad tenía una hermosa vista directa hacia el techo del Perú, pero ya no más. Debajo de mis pies, en un terreno baldío que se ha vuelto casi un jardín, yacen petrificados veintemil cadáveres.

Hoy convertido en parque-jardín lo que otrora fue un terreno baldío. Toda una ciudad y sus pobladores, petrificados para la eternidad, yace a mis pies: Camposanto de Yungay, y las cuatro palmeras de la antigua Plaza de Armas.

Gaia, Tellus Mater, Madre Naturaleza, Pachamama... Como querramos nombrarla, siempre en fémino género (con el perdón de las feministas), es tan hermosa como peligrosa. Es el drama de la existencia humana. Las metáforas del lenguaje son hechizantes, pero no nos dejemos embaucar por ellas: no hay en realidad una «señora» tratando de seducirnos para luego asesinarnos, sino que son los mecanismos ciegos de las leyes naturales. Este es un ejemplo, paradójicamente, magnífico. Mientras tanto, la moderna ciudad de Nueva Yungay, reubicada, está mucho mejor protegida tras una elevada colina, y que, si bien hoy carece del encanto pretérito con ese Huascarán que era visible a todo lo ancho de sus dos enormes cumbres, prefiere en cambio trascender en el tiempo con su gente viva, y no más enterrada bajo toneladas de aluvión cordillerano. Porque, la furia de Huáscar, de acuerdo con la profecía mágico-religiosa de la leyenda, estaría saciada, pero científicamente sabemos que los sismos y los aluviones se repetirán, y nosotros siempre seremos presa, en primer término, de la imposibilidad de presagio. Ser presa, en segundo término y fatal, de la furia misma de Pachamama, ya será un asunto de previsión y toma de consciencia, como los yungainos nos enseñan.

Fuego en el cielo. Heraldo inflamado. Contemplando congelado en el tiempo y el espacio, pienso que Huáscar no ha quedado satisfecho... pero algún día oh gran señor, cuando la depredación humana, cual catalizador inesperado de la profecía, quite las nieves que los cubren por ahora a Ud. y a su amada Huandy, Uds. amor eterno, como decreta la leyenda, serán libres para por fin unirse...



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Chiquián, Aquia

No es publicidad, pero en 2002 solo Cavassa se dirigía a Chiquián. Debe haber ya más empresas de transporte. En fin. Otro ignorado nacionalmente, pero conocido y reconocido internacionalmente, el sureste de Ancash hacia sus linderos con Lima y Huánuco, porque posee la segunda cordillera tropical más alta del mundo, y la segunda cumbre del Perú. Un espacio muy compacto y precioso, tanto, de tal espectacularidad (rivalizando y hasta superando paisajísticamente a la Cordillera Blanca), que necesariamente tenía que ser declarado Área Reservada, desde 2002. Compruébese lo que digo en este enlace: la combinación de profundas quebradas, cañones en pleno derecho, desde cuyo fondo montañas extremas una inmediatamente tras otra se levantan con vertiginosidad violenta, es, absolutamente, paralizante. Esta atmósfera agreste y el éxtasis resultante, sin embargo, exigen un arduo esfuerzo para ser alcanzados. A diferencia de la Cordillera Blanca, no hay acceso fácil, digamos, implementado pensando en el turista corriente. Sigue siendo un tesoro andino salvaje, puro, reservado prácticamente solo para extranjeros. Y yo aquí, repentino tomando la mano de mi estrellita del sur...

Espectacular vista satelital de la Cordillera Huayhuash (Nasa, 2008, que comenta sobre el Yerupajá: «generalmente considerado el pico más espectacular de Sudamérica»). Nótese la masa de nubes amazónicas, como siempre, atrapada por la elevada cordillera.

Huayhuash, me das los buenos días en Chiquián...

Catarata Usgor, en las inmediaciones de Chiquián.

Es casi gracioso que todo esto colinde con el Callejón de Huaylas, pero aquel estado desconocido y silvestre será pues, para el bien de su propia conservación. Efectivamente, una vez alcanzada la puna en la Meseta de Conococha, desde donde se descenderá hacia Huaraz, un desvío conduce hacia los exquisitos pueblos de Chiquián, y Aquia, en el río Pativilca. En Chiquián, no sé cómo hacer para aproximarme más a Huayshuash, que ya sedujo mis pupilas desde hace mucho, porque como decía hay que tener tiempo y dinero, y tan solo llegar cerca al Nevado Yerupajá (6634 m.), por lo menos vía Laguna Jahuacocha, toma uno o dos días, y en absoluto conviene financieramente hacerlo solo. Muy avanzada la noche anterior, de modo alucinante, había podido distinguir el brillo lejano de sus nieves, bajo una tenue luz lunar, pero suficiente para atraparme en inesperada magia. Así que me dirijo a Aquia, buscando quizás algo más accesible. Con la apariencia obvia de turista, trabo amistad con un amable lugareño, pero que sin embargo resulta encarnar la caja de pandora del turismo local. Eddy Samanez, quien se haría luego conocido por promocionar una ruta alternativa hacia Pastoruri, precisamente desde Aquia, es por completa casualidad con quien me topo. Y soy seducido, por segunda vez, esta vez respecto a visitar un sitio interesante. El mismo nombre suena enigmático: Laqlash. Pero más aún, porque no encuentro información ni fotos en ningún sitio, mas no es un invento, el lugar existe y yo estuve allí. Tendré pues la exclusiva en Panoramio y Google Earth.

Aquia: Plaza de Armas.

Laqlash (a 4050 m.s.n.m. según Google Earth), es una formación geológica que sobresale como una brillante gema anaranjada, en el terreno, en la quebrada que conduce hacia Pastoruri. Y como una gema pues, no es algo demasiado grande, pero sí sorprendente. Salió de las entrañas del suelo, y rompió interesantemente el paisaje para siempre. Infiltraciones minerales que milenariamente han formado una estructura emergente en una de las laderas de la quebrada. Cautivador, brillante, accesible. Desde Aquia, por la carretera hacia Huallanca, alcanzo Pachapaqui, y contemplo parte de la Cordillera de Huallanca, ciertamente menos misteriosa que Laqlash, y sus Puya raimondii. En un plan de regreso, nos desviamos hacia Santa Rosa de Desagüe, anexo de aproximadamente 50 casas un tanto dispersas. Tiempo de recreo, de contemplación, de intentar aprender las técnicas de interacción social en pueblos pequeños como este, donde no hay restaurantes ni alojamiento.

Santa Rosa de Desagüe.

Laqlash, primera impresión...

Siempre guiado por Eddy, por supuesto, ascendemos suavemente desde aquí por la quebrada, superando un bofedal, y tomando una quebrada secundaria hacia la derecha (la de la izquierda trepa hasta Pastoruri), nos traspasa la visión el fulgor de Laqlash. Es exactamente un detalle que cierra con broche de minerales la casi tarde. Tiempo de recreo, de tocar las geo-visceralidades expuestas, conociendo el aire. Tiempo de descubrir tonos secretos de rojo y naranja. En Santa Rosa nos espera un gratificante almuerzo (gracias a Eddy, que es conocido ya), tan delicioso como nunca probé, y sin embargo tan sencillo, compuesto de queso, papa amarilla y huevo. ¡Pero es que qué queso! Si yo mismo ordeñé la vaca (en serio, aunque no fabricaron el queso con esta leche) ¡Y qué leche! Tibia y dulce… Qué manjar de almuerzo.

Laqlash, intentando mineralizarme.

Eddy me cuenta entusiasmado sobre sus proyectos para formalizar una oferta turística de la zona, y de hecho creó el grupo Aventuraquia, del que tuve noticias, ya desde lo lejos, mediante algunos medios turísticos. Felicitaciones, abrazos, intercambios de e-mails, promesas… Conmoción. Envidia. Y al tiempo, me da gusto su vida. Son los hilos frágiles de los destinos en curso, se entrelazan, se separan, algún día vuelven a aproximarse, o no, no se puede saber... Espero que te haya ido bien todo este tiempo, amigo, gracias por descubrirme este rincón ancashino.

Laqlash y sus aguas de inquietantes colores sanguíneos.



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