domingo, 25 de mayo de 2014

Canta – La Viuda

No hay esposo muerto entre los lapidarios plegamientos andinos. No hay lamentos entre los deshielos glaciares. No hay luto entre las oscuras calizas. Aunque la leyenda cuenta que tras la muerte de su esposo Pachakamaq, la diosa Pachamama, viuda, tratando de proteger a sus hijos transmutó en un macizo nevado de 5200 m.s.n.m. Hoy todo es alegría y canto. Canta tú también. Sí, Canta. Aquella que se vuelve un mar de limeños encarpados en feriados. Mi cuento es otro.

Me gusta la niebla, y La Niebla (de John Carpenter) también.

Este es el punto señalado en mi mapa: la Cordillera de La Viuda, uno de los atractivos cercanos a Canta. No es una unidad orográfica como tal: la componen una serie de picos, con cada vez más reducidos glaciares y aislados entre ellos, al noroeste de Ticlio. Aunque a diferencia de aquí, en las alturas cordilleranas canteñas aún se pueden apreciar nieves perpetuas, que, no lo serán en un futuro muy cercano. El río Chillón, por su parte, ha esculpido un profundo valle, que en Canta, aunque más abierto, tiene laderas escarpadas típicas de un amplio cañón. Este es mi paisaje en cuestión, y esta la travesía. No estoy interesado en repetir lo mismo que miles de limeños, aunque comprensiblemente en(canta)dos todos, yo también, por Canta, y Obrajillo.

Hacia La Viuda. Izquierda: Canta, al medio: Obrajillo, derecha: San Miguel.

En la villa en(canta)dora una pronta neblina crepuscular, me da un hermosamente tétrico recibimiento, y más tarde un par de truenos ponen el detalle acústico preciso. Encontrar a la viuda significa transitar un camino estrecho repleto de inquietantes abismos. Y comerse una trucha al aire libre, en las inmediaciones de Huaros, hace del salmón andino la cosa más exquisita de este mundo, escuchando el canto del río, entre los soberbios telones de las laderas salpicadas de verdor. Así se continúa hacia el alumbramiento del Chillón.

Laguna Chuchún, desde su borde norte.

El nublado día no deja ver las más altas cimas, pero por lo menos el extenso piso de agua azulada de la Laguna Chuchún (4400 m.), recompensa la vista. La viuda en cambio deja impúdicamente al desnudo sus marcas de plegamiento tectónico, o serán las huellas de Pachamama retorciéndose mientras se convertía en montaña. Un simpático granizo ameniza la tarde, tímida nieve también. Es finales de marzo y la época de lluvias recién comienza a marcharse, pero todavía, aquí en este en(canta)dor rincón de los Andes, devanea sólidamente. Y me gusta que lo haga. Me completa el cuadro vivencial.

La Viuda, con su plegamiento andino al desnudo.

La frontera entre la puna y la janca no existe. Las ondulaciones puneñas, erizadas de ichu siempre, simplemente muestran lugares cada vez más frecuentes de afloramientos rocosos lustrosos, testimonios del paso aplastante de los glaciares retrocediendo durante el cuaternario. Así cada vez más, mientras el ichu se ve ahogado por superficies pétreas impecables y falta de tierra blanda, refugiándose en resquicios y grietas, hasta que o bien aparecen las morrenas, o directamente se yerguen los cuernos de roca, que muchas veces, de acuerdo a su mayor altura, logran atrapar el cielo convertido en nieve.

Lejanos alrededores de La Viuda...

Así es como me llevo a la viuda en(canta)dora en mis sinapsis hipocampales. Yo, respetable Pachamama, fui digno de verte. Sé que seguirás llorando por tu esposo, pero esa lluvia que nos regalas, es la vida misma en la que trascenderán, siempre, ambos. Gracias.



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