martes, 22 de abril de 2014

Huancayo – Huaytapallana

No quiero ser impertinente en medio de los días digitales, pero vengo con otras fotos escaneadas. Todo sea por el bien del conocimiento y el goce. Por esa envidia de los momentos fugaces en rincones espectaculares. 

¿Baile o aventón? Como fuere, ambas posturas deberían detener algún vehículo, o moriré congelado, en Ticlio.

El Valle del Mantaro, uno interandino tan ancho como fértil, es el curso que me aproxima hacia Huancayo. Ya había hecho una aparición en este sitio, hace mucho, cuando el Ferrocarril Central funcionaba con normalidad, y elevarse a las montañas en tren no costaba más caro que hacerlo en avión. Como fuere, la vertiente amazónica de los Andes peruanos, tan solo cruzando Ticlio y la Cordillera Occidental, está al alcance de la mano, aunque por supuesto, esto es sierra pura y dura, no selva. El río Mantaro, sin embargo, luego de salir de Junín e incursionar en Huancavelica describiendo un descomunal zigzag, que cercena la Cordillera Central, pronto fluirá en la selva alta de Ayacucho, hasta mezclarse con las agua del Apurímac.

Una nocturna identidad Huanca, entruchada... Mientras... La Laguna de Paca estuviese desranada.

El Valle del Mantaro es también fértil demográficamente, mucho. Una constelación de pueblos, costumbres y folclore, amplía la anchura de este cosmos (por demás presente en Lima). Pero a mí me interesa una cordillera nevada que ya había capturado tiempo atrás mi atención. Huaytapallana. Al visitar la Laguna Ñahuinpuquio, se asciende por una loma desde la que se tiene una vista espectacular de toda su extensión. Una mole blanca que vigila el ancho valle y a Huancayo, con lo que uno siente estar en el Callejón de Huaylas con vista a la Cordillera Blanca. Este macizo será la penúltima región cordillerana central en poseer nieve, hasta volverse a ver, finalmente, en el solitario Nevado Huagoruncho en Pasco.

Laguna Carhuacocha (4430 m.), desde Virgen de las Nieves.

Tan solo a una hora pasando Chosica, bien dejada atrás la interminable Lima, me tranquilizo sabiendo que estoy, del todo, en la sierra, en los Andes. El cambio es dramático y el anuncio lo hace sobre todo el sol radiante en medio de un cielo intensamente azul, haciendo olvidar muy pronto la espesa niebla grisácea de la costa. Del mundo de la aridez y el cactus se ingresa a la serranía esteparia, o lo que, con menos precisión ecogeográfica Pulgar Vidal llamó ‘región quechua’. Como actualmente se define, esta región abarca solo la vertiente occidental de los Andes, de cara al Océano Pacífico. Mientras, el dramatismo continúa: del estrecho Cañón del Infiernillo, a la ondulada puna en Casapalca, hasta alcanzar el Abra de Anticona a 4818 m.s.n.m.

El Apu Huaytapallana apareciendo (bueno está bien, a duras penas por la conflagración de blancos nube/nieve).

No me lo esperaba pero en Huancayo, Zeus iba a mostrarme lo que es la furia divina hecha relámpagos y truenos. Demasiado grato este recibimiento, temible, una fiesta de ruido deliciosamente espeluznante y resplandores dantescos. La tranquilidad retorna en el Parque de la Identidad Huanca, y trucha, y algún fuerte trago. Exquisiteces embriagantes para los ojos, para el paladar, para la atención, para la memoria. Descubro otro Huancayo, muy distante de aquél de mi niñez.  Papa a la huancaína en Jauja. Por fin quiero probar la carne de rana, al visitar la conocida Laguna de Paca, pero lamentablemente no hay, está escasa. No importa: más trucha, y así será a diario.

Blanco Huaytapallana, turquesa Lazo Huntay.

Ahora me elevo aún más, ascendiendo por el río Shullcas. Hacia las nieves, en Virgen de las Nieves disfruto la baja de temperatura. Luego el guía, lúdico, pide mirar hacia la izquierda: nada fuera de lo común más allá de las pendientes puneñas; ahora miren hacia la derecha: el imponente Nevado Huaytapallana (5557 m.), a todo lo ancho, envuelto en fulgurantes blancos, hace dilatar las pupilas. Inmediatamente entra en escena el turquesa de la Laguna Lazo Huntay [Lazuntay] (4646 m.), que es casi tocada por los seracs y los bloques de hielo del glaciar del nevado. Este pequeño parque polar es perfectamente accesible, así que, presagiando el inminente regreso a Lima, trato de adherirme a un bloque de hielo. Para no irme. Lo que no dará resultado, y seré capturado por el guía. Me queda la alternativa, potencialmente suicida, de gritar todo lo que pueda a viva voz: la idea, es causar una avalancha. No se rían, no es broma: se hace la advertencia de no levantar la voz y menos gritar en el glaciar. Presupondrán la odiosa razón. El calentamiento global y sus infelices deshielos, resquebrajamiento y fragilidad del hielo, retroceso del glaciar. Así que la cosa va en serio: nada de ruidos.



En efecto, habiendo ganado un metro tras otro entre los bloques de hielo, distingo crujidos pero no puedo identificar el lugar de procedencia. Se vuelve intimidante. De hecho la ladera del glaciar entera es un laberinto de bloques de todos los tamaños, así que todo encaja en la verosimilitud de la advertencia hecha. Aunque creo lo olvidé en el momento en que noté que me hacían señas para que baje, porque se me ocurrió responder a viva, muy viva voz «¡Yaaa voooyyy!» Inmediatamente el Apu nival me pide, perdón, me ordena que me calle, y que además me baje de su costado, con un par de crujidos más inquietantes todavía. Quieto, calma, solo te admiro, ya me retiro. Falta de respeto la mía, lo siento. Intentaré, humildemente, resarcir mi conducta con un oportuno ritual al Apu. Aunque me hace dejar el único caramelo de limón que guardaba celosamente. No cabe duda: soy un insolente.

¡Yaaa voooyyy! (... ccccrrrrraaaaaaacccccc...)

Majestuoso. Hermoso espectáculo helado. El roquedal de hielo del Huaytapallana brinda una experiencia ciertamente diferente de Pastoruri. Es de hecho más fácil el acceso al cielo desde aquí, casi caminando nada, aunque no se puede uno sacar de la cabeza los peligros de resquebrajamientos y derrumbes. Aquí se practica, además del trekking y el montañismo, el esquí. Hay modestos glaciares que lo permiten, o al parecer se puede, más allá del ocurrente siki-snowboard. Regreso hechizado por el aroma de la última trucha. Y me voy con un sinsabor doble: el de abandonar el éxtasis del hielo, y el de haber dejado mi caramelo para el Apu. ¡Y no porque se trate del tonto caramelo! Sino porque, a fin de cuentas, he dejado basura en la cordillera. ¡No más tributos!

Veraneando con la Virgen de las Nieves.

Dispénseme Apu Huaytapallana. Excúseme princesa Lazo Huntay. No son en realidad mis costumbres ancestrales. Yo aquí, hablando de sus solemnes y quietas bellezas, de sus blancos imposibles y su voluptuoso turquesa, hago mucho mejor. Ya lo saben sapiens, con todo respeto, expliquen esto de la conservación del medio ambiente, si el guía les pide hacer un tributo para dejar lo que fuere. Y así no perderán un caramelo ;) ¡Un abrazo Huaytapallana!




Carta de la Cordillera Huaytapallana.

En Flickr.
En Panoramio.

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