El desfiladero y la lluvia se combinan armoniosamente para formar numerosas cataratas. Ésta, inmediatamente antes de La Chinata.
Me encuentro frente a ella. Despido al «guía» (de hecho yo le guie en el conocimiento sobre Yumbilla o Pabellón), no en el sentido de prescindir repentinamente de sus servicios, sino que me despido de él, porque obviamente, no espero que me tomen tiempo de estancia para emprender una carrera de regreso. Hay un derrumbe que debe tener meses, que ha borrado la parte final del camino que llega a la poza bajo la catarata. Pero, un momento ¿llegar hasta debajo de la caída de agua? ¿Recuerdan que allá en Junín me resultaron fantasiosas las fotos de personas bajo la Catarata Bayoz? Aquí más bien empiezo a pensar de qué cosa exactamente uno se moriría, si tan siquiera lograse pararse bajo la altísima, y sobretodo temible, falda de la doncella. No cabe duda que allí, como fuere, te espera un resplandor final al terminar sí o sí ahogado. Sin más. Es que lo que te caerá encima es, sin lugar a experimentos de verificación, aplastante. Se trate del propio peso del agua, se trate del tempestuoso azote del rocío, la lluvia y el viento combinados, la poza es la cámara de la muerte en esta época. Y de hecho, nadie viene en estos días... solo yo :p
Hela aquí. La doncella. El manantial del cielo.
Si Bayoz con sus 60 m. de caída fue un monstruo (que es doblada por Sipia en el Cañón de Cotahuasi, siempre descrita como una rugiente bestia colosal... la tengo fija como meta...), no sé cómo describir a La Chinata con sus 580 m. sin hablar de brutalidad y pavor. Y aunque tiene unas tres etapas, estas son pequeñas repisas y así, más el factor del desborde, mantiene la apariencia de ser una caída continua. No, no llegué al pie de Yumbilla por la crecida de los ríos, pero aquí, nuevamente se me grita en la cara que es la mejor fecha que escogí. La voz atronadora de La Chinata no solo es un conjunto de infinitos borboteos que forman una pared de ruido blanco, sino, dado el volumen de agua, la altura y el impacto contra las rocas, se producen verdaderos ‘truenos de agua’. ¡Sí, truenos! ¡Sonidos graves que retumban el ambiente! ¡Impresionante! No es exagerado cuando digo que estoy en un teatro apocalíptico.
Esperando no estropear la vista.
Se suelen poner nombres de mujeres a las catástrofes climáticas, y esta pieza de furia natural, por suerte, está aquí fija, sin posibilidad de salir a destruir lo que encuentre a su paso. Yo sé que no es por esto que la llaman La Doncella, dado que es visitada en temporada baja, pero en este momento «ella», simplemente, es digna pariente del Katrina. Si la traducción de ‘Chinata’ es ‘manantial que cae del cielo’, pues lo que me toca vivir es un rascacielo hecho de tsunami. No solo es tanto o más ancha que aquella Bayoz, sino como ya lo había descrito, está multiplicada por casi 10 veces. Estoy atónito ahora que compruebo qué significa tal multiplicación, con todos mis sentidos arremetidos por la doncella. Las proporciones extremas que cobra la escena frente a mis ojos, son tales que no permiten mantener mucho la vista hacia arriba, con toda la cabeza tirada hacia atrás, buscando su inicio a medio kilómetro, debido a la tempestad omnipresente. Simplemente no puedes verla mucho tiempo muy cerca. Es un atrevimiento que no te lo perdona. El impermeable no me sirve de mucho, y de hecho se necesita una cámara fotográfica a prueba de agua. Al menos la que tengo, sobrevivió. Pero Uds., mortales de carne y hueso, no teman.
¡Life is life!
Me parece como si todo, alucinante en resumen, estuviera calculado para extremar emociones. El cometido es impecable, efectivo y cabal. El deseo con locura de compartir todo esto, tiene incluso reflejos de impotencia, una sensación de no poder comunicar en toda su dimensión tanta cruda belleza. Brutal hermosura en estado puro, inmediata a la cognición. Las fotos y los videos, pienso yo como testigo ingenuo, no logran captarla, pero permiten aproximarse, algo, a esta experiencia total. Esos medios artificiales son, obviamente, necesarios. No obstante, tan solo equipados de nuestros ojos, cerebros y corazones, y estando materialmente allí ocupando bien nuestras cuatro dimensiones, accederemos a esa experiencia total, irrepetible y eterna. Hago una pausa, entre la visión y la audición preñadas, el toque del rocío, entre el sabor del aire húmedo y el olor de la tierra empapada. Quiero un momento expandir el tiempo en este espacio, perderme. Realizar imposibles dimensiones. Sensaciones vienen, sensaciones van, fluyen imparables, como salvajes cataratas en lo profundo del yo... Solo me dejo arrastrar por ellas...
Absoluto.
Volviendo a tierra firme, el mismo suelo me hace volar en el acto gracias a su inundación botánica. Emprendo mi regreso escudriñando el rededor, conociendo celoso a quienes rodean a mi doncella. Perdida la noción del tiempo, me veo en la obligación de percatarme que son ya 4 p.m. Pero sigo haciendo amigos, ¡tucaneta!, y no voy a resistirme a un milpiés que intenta retenerme en medio del sendero. Una ducha, natural, para dar rienda suelta a la obscenidad humana. Llegará su momento, llegará mi luna. Por ahora llega el crepúsculo. Hubo momentos de sol sobre todo hacia la tarde, así que el astro se despidió generosamente. Voy pensando que se puede repetir la aventura de la Quebrada de Llaca, volviendo a oscuras. Curtido en ello, aunque quizás por la distancia en el tiempo, empiezo a tener miedo como si fuera primera vez. Y lo de mi pierna ya no es una letanía, sino algo molesto. Qué placer complicarse las circunstancias. Piso casi lo que sea, casi como sea. Y desde la oscuridad indescifrable, una textura aural de voces nocturnas pretende hipnotizarme.
Pedicure ¡ya!
De risa, recordar ello de que los regresos son simples y rápidos, pero que este se me hace una eternidad. Preocupa, pero encanta. Ya veo las pocas luces de San Carlos. Llego a las 8 p.m., no sin antes saludar a unos niños en la puerta de su vivienda, que no dejan de mirarme, porque definitivamente se preguntarán ¿y este? ¿a esta hora? Sí, y no vengo de la chacra. El pueblo, como a mi pedido, tendrá solo unos pocos postes de luz débil. Hace un par de horas, cuando aún en el sendero, noté que una escarcha brillaba más y más sobre mi cabeza, sobre la tierra, sobre el cielo. Aquí abajo me vieron pasar las luciérnagas. En mi vida he tenido pocas oportunidades de viajar al cosmos más allá de la Tierra, sin salir de ella. Son de hecho, modestamente (o ridículamente), menos de cinco. El negro absoluto del cielo, adornado con un escarchado de proporciones inconmensurables, es la fiesta que recibe a esta partícula de polvo de un planeta insignificante. En este instante, en este rincón olvidado del universo, no evito sentir, que las estrellas son para mí. Y que me arrullan con un cuento.
Fungi.
Yo diría basta ya por favor. ¿Tenía que poder distinguir una tímida línea blanquecina corriendo entre los astros? Faltaba más, una estrella fugaz. ¿Tenía que, hablando conmigo mismo, decir que esto es una señal? Sobrevienen sentimientos encontrados. Me estoy percibiendo tan fuera, tan infinito, y su vez tan solo que, y me conmuevo al recordarlo, mis ojos se inundan de inmensidad. Por momentos las luces de las propias estrellas se refractan en los manantiales que crecen en mis ojos. Mis propias chinatas; una es asombro, la otra nostalgia. Es así. Aquí en este pueblo del nororiente peruano, en esta soledad, en esta penumbra, en la plaza de armas con nadie que ría, o hable, o haga algún ruido, yo tengo una experiencia «espiritual». Y diría que basta ya por favor. En algún momento cruza alguien la plaza, y se extraña de verme con la mirada fija apuntando hacia arriba. Para los lugareños, este firmamento es cosa de rutina. Para mí, es envidiarlos.
Te hundes en los Andes Centrales.
Otra persona irrumpe, la chica con quien hablé a mi llegada sobre contratar un guía. ¿Recién bajas de Chinata? Sí, digo orgulloso. Pero ya no hay movilidad, y se me acaba la risa. Muy buenamente me conduce a la casa de un mototaxista, aunque éste parece estar arropado para dormir, le insisto en que me lleve a Pedro Ruíz. Y me dice, en son de advertencia, que vamos a pasar por el cementerio. Yo replico que está muy bien, yo no creo en fantasmas ¿de eso se trata? ¿Ud., sí? Tampoco. Bueno entonces, vamos. Lo espantoso, fue que me cobró S/. 20., y para añadir el toque de ironía, sin querer claro está, se nos unió su esposa, su hijo, y también, el perro. Genial, y sin sarcasmo, les pago pues el paseíto. Ya, que me prestaron una casaca, sino muero congelado. Son oriundos de aquí, y les aconsejo que no se muden, que cuiden su doncella, les cuento muy entusiasmado que me voy enamorado, que no puedo dejar de ver el cielo... Quizás me pregunto si volveré yo aquí. Vine por una doncella que ya estuvo aquí, como si quisiera recoger de su aliento las moléculas en al aire, pero el viento sopla y todo esté quizás diluido en la inmensidad, como sin retorno. Yo, en silencio, mientras, sigo con esa doncella hecha de Luna corriendo por mis venas...
San Carlos (marca inferior) → La Chinata (marca superior).
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