jueves, 21 de mayo de 2015

El Bosque de las Cataratas: Gocta (771 m)

Aclarado el asunto de las alturas y puestos mundiales en mi relato sobre Yumbilla, es momento de Gocta.

Hacia mi merecido descanso en el Amazonense en Pedro Ruíz, le cuento a la Sra. Marina sobre mi día entre los colosos de Yumbilla y La Chinata. Me termina de convencer de visitar Gocta, recomendándome ir por San Pablo envés de Cocachimba. Mi itinerario, definitivamente, ya es otro: no visité Pabellón (400 m. de caída), mas enfrentaré Gocta y su descomunal caída total de 771 m., en dos etapas: una superior de 231 m. de caída, y otra inferior de 540 m. de caída. Motivos personales, cuyas fibras fueron atravesadas por el cielo de La Chinata, y su señal astral, era lo que no marcó a Gocta en mi mapa. Mientras, en el mundo concreto, sin dejar las ironías de las circunstancias, lo que queda de mi presupuesto me da el visto bueno, estando exacto para esto y luego volver a Lima. Para ello, necesariamente iré en van-colectivo, por la carretera hacia Chachapoyas, hasta el desvío para San Pablo/Gocta, que deberé recorrer a pie, porque tomar mototaxi, costando S/. 20 como me quieren cobrar (me ven la cara de turista), es algo que no existe en el mapa de mi bolsillo. Cena: más juanes, pan con queso. Y más juanes para mi día siguiente, porque la señora que los vende no atiende en la mañana.

Bienvenido caminante.

Se suponía que tenía que salir como mucho a las 6 a.m., pero, me quedé dormido. Me despertó el vibrante azul del cielo. Salgo a las 9 a.m., lo que es tarde. Dejo Pedro Ruíz pero no me despido del todo porque volveré, seguramente, al anochecer, para coger cualquier ómnibus hacia Lima o Chiclayo. De lo lluvioso que encontré el tiempo a mi arribo, al día entre nublado y soleado de ayer en Yumbilla y La Chinata, a un sol radiante para Gocta hoy. Ironías, como dije. Una vez escuché, para mí: «¿quién eres tú, que cuando te veo sale el sol?». El cemento que piso, el asfalto sobre el que ruedo, la tierra que me cubre sutilmente a veces, las vistas que se me presentan, los sonidos que viajan a mis oídos, el viento que roza mi piel, el aire que respiro, todo es un meticuloso seguimiento de los pasos de quien hoy no está, de quien se alejó mientras yo estoy al borde de la paranoia mágica leyendo señales por doquier. Alguien quien no se entera de todo esto, en mí, que hago. Quien estuvo aquí, en otro momento del tiempo, sin mí.

Zarigüeya... muerta :(

Otra vez en el mundo concreto, resulta que por cierto, en este caso, debido a la fama indudablemente, sí hay que pagar un derecho de visita. En San Pablo hay pues un puesto de registro del turista. Esta caminata de una hora a la localidad será un ahorro monetario, justo, pero es por el contrario un despilfarro de energía y tiempo, que mi pierna derecha, inoportuna, me recuerda a cada paso. Como fuere, la sola presencia en estos parajes ayuda a olvidar las molestias. Este sendero está en perfecto estado, yendo por el flanco noreste de la Quebrada Cocahuayco, desde donde se divisan los pueblos de Coca y Cocachimba, este último desde donde parte una ruta paralela. Llego al primer y único mirador con vista a la catarata, completa. Se trata de una gran roca aplanada, en una saliente del barranco, que actúa como mirador natural de Gocta. Desde aquí parte una ruta alterna que desciende por el desfiladero y alcanza el sendero del otro flanco de la quebrada, para terminar en la base de la primera caída. Pero sobre todo, desde aquí comprendo súbitamente la fama de Gocta.

San Pablo.

Tellus Mater, en otro recordatorio de nuestra pequeñez humana, aquí exhibe el enorme anfiteatro que le construyó a la sirena legendaria o a la serpiente, también legendaria, de Gocta. Desde el punto de vista paisajístico, la inmensidad de este semicírculo de cañón y selva, es de una espectacularidad indescriptible. Se tiene, necesariamente, que estar aquí. Tenía reservado este aspecto sobre lo dicho respecto a la Catarata Yumbilla y la confusa información sobre las posiciones entre las cataratas más altas del mundo, ya que, si bien Gocta con sus interminables 771 m. no es definitivamente el 3er coloso mundial, esto no cambia un ápice el impacto sensorial de su dantesca infraestructura geológica. Sus truenos de agua se amplifican en este espacio acústico descomunal, dando como resultado que desde lejos se escuche su anuncio, sin que en realidad uno esté preparado para lo que tendrá frente a los ojos. La etapa inferior, de 540 m. de caída, parece deslizarse lentamente hacia el suelo, cuales largas caricias de blanco algodón, acercando al infinito la sensación de quietud pasmosa en este punto del planeta. Belleza pura. El cuerpo, involuntariamente, se detiene.


El anfiteatro: una ingeniería tan colosal como hermosa.


Me contaron que hay personas que llegado este momento emprenden el regreso. Imperdonable. Lo único que se puede experimentar es aproximación incontenible. Y así va el asunto. Entre las sombras bajo el océano arbóreo, por momentos ráfagas de fotones crean iluminaciones sobrecogedoras, y desde este juego de sombras y luces uno emerge nuevamente hacia un definitivo claro, esta vez sintiendo por doquier el estruendoso llamado de la serpiente. En un punto el camino se ha forzado, colgante del desfiladero de piedra, en un estrecho paso entre la ladera y el abismo, donde oportunamente ha sido instalada una tabla. Su finalidad no es hacer de puente, sino de continente del cuerpo que, por algún descuido, sea arrancado de la repisa por la gravedad. Agua, por todos lados. Fascinantes junglas en miniatura sobre la roca, Bryophyta sensu lato. Y faltaba más, una escalera hacia el cielo, y detrás de ella, sobre ella, furiosa la primera etapa de Gocta. La escena: un descomunal torrente agazapado esperando que te asomes.


¿Déjà vécu? ¿Déjà visité? Respirando (tu) aire, quizás, a una escala microscópica, robando (tu) aliento extraviado. Pero, nuevamente, aquí en el mundo externo, la ausencia de presagio reduce a insignificante mi ensimismamiento. El encuentro con este fenómeno extremadamente agreste es de una profundidad tal que, no importando el grado de autospección experimentado previamente como en mi caso, simple y llanamente, toda la atención posible que genere el cerebro es sustraída al pavoroso espectáculo. Rezagos de frases articuladas, mejor si jadeos, aullidos, risas y gritos, puesto que el viento-agua obsesivamente tempestivo no deja alternativa, es como mucho la reacción motora, además de intentar despejarse de la marea envolvente. La aparentemente inofensiva cabellera de algodón, de lenta caída a la lejanía, es ahora una estrepitosa inundación vertical, que enfría tanto por su gélido azote eólico, como por lo salvajemente hermoso del espacio. Y es un calor intenso a la vez, subjetivamente.


Otro almuerzo vuelto irrepetible por la compañía de semejante criatura de la naturaleza. Por supuesto, guardando mi distancia para que no se vuelva sopa helada todo. 3 p.m. Saboreo la comida, saboreo el blanco torrente indomable, saboreo el viento amazónico. Gocta me canta. Mientras, desde aquí se le puede dar la despedida al río que, al borde del fondo del anfiteatro descomunal, engendrará la segunda caída. No imagino asomar la vista por ese borde, sabiendo que yacen 500 metros de caída libre. Odioso, pero es momento de regresar. Pasivamente, preveo que no será posible descender, llegar a la vertiente opuesta del anfiteatro, y materializarme bajo la segunda caída, y así emprender el regreso hacia Cocachimba. No dispongo de tiempo, y dado que aparecería de noche allí, con toda probabilidad no encuentre movilidad colectiva, y no puedo darme ya el lujo de una carrera privada. La ruta completa San Pablo — Gocta — Cocachimba, desafiante, toma unas 8 horas. Mas será el motivo para regresar.

Subir, como para no descender del cielo acuoso.

De paso por el mirador, saludo por última vez al coloso. Intento abrazarlo, pero en realidad ya me tiene en brazos de su viento. ¡Qué solemne! ¡Qué majestuoso! Adiós obra maestra de Gaia. Hasta luego aclara mi corazón. Bien. Me refresco con una caminata de vuelta a ritmo pasivo, bebiendo lo más que pueda de este paraje, y también, como faltaba, beber directamente de las entrañas de estas montañas salvajes. La mayoría de riachuelos muestran las aguas turbias, dada la época torrencial, y no estoy dispuesto a ser caldo de cultivo de las miríadas de moneras y protistas que las pueblan. Pero llego a un punto, al pie de unas pinturas rupestres, donde el agua llora inocente y tan cristalina, que me seduce de beberla. Deliciosa. Como dije, lo que hacía falta. Así que me lleno una botella con agua de Gocta, bueno ya, de un tímido tributario.

Belleza en todos los niveles de organización de la materia. ¿Reconocen la merienda de estas preciosas? ;)

Cada paso que me aleja, lo lamento, pero como eternamente dicho, así son las cosas. Cosas más mundanas aguardan, como en efecto, no encontrar transporte. Hablo con un policía de la comisaría, así que es posible que un personal me lleve en moto hasta la carretera, donde no sé qué haré luego. Sin faltar la suerte, aparece un mototaxi, que para más suerte, sí regresa para Pedro Ruiz. Mientras esperamos a una pasajera, para ser tres (lo que significa pues que pagaré el pasaje normal de S/. 5), converso con una persona en el puesto turístico. Así me entero del proyecto de conservación El Bosque de las Cataratas, del que me dicen que ya está registrado legalmente. Excelente noticia, en tanto que expreso mi sorpresa, triste, de no haber visto tanta flora ni fauna (ninguna famosa orquídea, ningún gallito de las rocas) como en Yumbilla.

El río Cocahuayco, viajando por su quebrada hacia el cañón del Utcubamba. Geomorfología salvaje. La garganta exactamente enfrente y al centro, conduce hacia Pukatambo, La Ciudad de los Muertos.

Temas mundanos, sí, y de trascendental importancia. Esta travesía entre cataratas gigantes a escala planetaria empezó con una introducción a la hermosura salvaje de La Madre Naturaleza. Inmediatamente, contraemos necesariamente una responsabilidad de protección. No hay otra forma. Somos dignos de disfrutar la belleza, y por tanto de preservarla para futuras generaciones. El turismo es bueno, pero debe ser manejado con criterio conservacionista, y no con meros criterios empresariales. Los alojamientos de pretensiones lujosas, mientras magníficos, en cambio implican una cuota de contaminación ambiental. Los sutiles cambios de temperatura que los humanos no percibimos, en cambio afectan el metabolismo de pequeñas criaturas como a ciertos insectos, y sin estos, no hay comida para las aves. Así es el dominó de la cadena alimenticia. (Y no puedo creerlo, pero p.ej. me cuentan las personas que me acompañan en el mototaxi, que hay turistas que se llevan orquídeas o gallitos de las rocas. ¿Será posible?)

Fiebre de sábado por la noche, infectado de agreste hermosura. Un brindis por la protección de estos fenómenos formidables. Un brindis por un hasta luego. Un brindis con agua de catarata nororiental. Me despido definitivamente del Amazonense y la Sra. Marina. Saturado de experiencias, disimulando la conmoción. Solo la quiebra me devuelve a Lima. Mi aliento quedará en el Bosque de las Cataratas. Mi trascendencia, plasmándome en el paisaje de récords mundiales, ya está digitalizada. Los pasos por los que vine, que recogí en mi corazón, ahora yacen bajo los míos, y nuevos vendrán encima, en el festín del destino. Más juanes para mi vuelta. Llegaré a Chiclayo mañana domingo a las 5 a.m., y a Lima a las 8.30 p.m. En el asiento contiguo una mujer que viene de Tarapoto, en su primer contacto con la costa, me dirá que encuentra inexplicable tanta esterilidad. No lo sabrá, pero yo encontraré inexplicable haber dejado aquel bosque, amo y señor de lo sorprendente y lo afectivo, en un solo turbulento pasmo de belleza pura.

San Pablo («Plaza») Gocta.


En Flickr.
En Panoramio.

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