De vuelta en la selva central, para conocer otras cataratas, casi inmediatas a San Ramón y a La Merced, con el impulso de que toda esa abrumadora explosión de vida y paisaje agreste de la selva montañosa es, como mínimo, irresistible, demasiado atrayente. Primero ando hacia El Tirol. Vuelve la magia del océano botánico, aunque aquí, lo impresionante y exuberante, silvestre, se ve irrumpido por otra exuberancia, humana: una impresionante cantidad de visitantes, y de kioskos, hasta de comida. Se hizo algo tóxica esta búsqueda de la naturaleza, para mis gustos solipsistas.
«Escala» en Tarma: Museo de Miniaturas, en el terrapuerto. El autor es el mismo que estuvo detrás de Minimundo... y es que dicen que ¿pequeño es el mundo?
Catarata El Tirol, muy cerca de San Ramón.
Al día siguiente, desde La Merced (donde pasé la noche en un «hotel» bastante lúgubre), ando hacia la zona de La Borgoña, siendo mi plan conocer Las Tres Reinas. Pero llegando al pequeño espacio de esparcimiento donde se paga la entrada a estas cataratas, soy advertido de que, como estoy en época de crecida de los ríos, al no venir con botas impermeables (de plástico), podría no ser tan divertido mojarse tanto, ya que se trata de una ruta donde en varios tramos el único camino es el río, casi escalando las cascadas, y a contracorriente. Es la «ruta Indiana Jones», como ha sido bautizada con buenas intensiones promocionales. Un fuerte baño de adrenalina muy seductor, pero para el que es necesario venir con los implementos adecuados.
Popular Puente Kimiri, sobre el río Chanchamayo. Al otro lado esperan varios circuitos de caminatas, y naranjas.
Hay una ruta alternativa en una quebrada más o menos paralela, donde digamos la escala de aventura parece menor, pero que sin embargo resultará alucinante, ya que tiene tres cataratas en un solo recorrido (Hanuman, La Escondida, y Gandaki), río, roca, falta de camino en algunos puntos, juego con la gravedad en otros, testigos invertebrados a quienes evidentemente nadie les perturba, y, sobretodo, todo esto y uno, solos.
La ruta alterna a la de Indiana Jones se extiende por un exquisito callejón de roca y selva ☺
En verdad resultó alucinante transitar por este auténtico callejón de roca bañado por doquier por agua y cubierto de selva enmarañada y caótica, donde las cataratas se suceden rugiendo agazapadas, en un halo de misterio y apariencia prehistórica, con cada paso acrobático sentido como si se descubriese algo escondido y remoto. Y como creo ya se me hizo costumbre, visito la selva montañosa en época de crecida de los ríos, para disfrutar de las cataratas en su máxima expresión (y porque de hecho hay menos sol calcinante), lo que vuelve espectacular andar por este cañón. Goce en estado puro.
Las tres cataratas escondidas en la ruta alterna a la de Indiana Jones. De izquierda a derecha: Hanuman, La Escondida, y Gandaki. ☺ ☺ ☺
Con todo eso, estoy ya lo suficientemente inundado de dopamina y adrenalina como para irme a donde fuere que fuere más extremo. Así que vuelvo y viro hacia la derecha para hacerme el Indiana Jones, en la Quebrada Capurro. Y en efecto, me encuentro con un río más ancho, que necesariamente hay que cruzar a pie, caso contrario, apoyado con cuerdas (y la ayuda de otras personas), subir por una primera cascada. Les recuerdo que estamos en la selva montañosa, o sea, jungla que tapiza montañas, quebradas, cañones, precipicios y desfiladeros. Logro empero avanzar en caminata normal, aunque empapado hasta casi las rodillas. Otro tramo de río a pie, corriente transitable sin problemas. Ahora el cañón empieza a angostarse…
Y el río se torna desafiante. Demasiado como para imprudentemente intentar sortear sus nuevas cascadas sin ningún tipo de equipo. Además, por lo que veo ya no me mojaría hasta las rodillas, sino de cuerpo entero. Probablemente en época baja el asunto no sea tan desafiante. En cuestión, no hay modo de evadir el río, simplemente porque no hay camino en alguna especie de orilla, porque de hecho, no hay orillas, ni es posible transitar las laderas verticales rocosas. Es más, no traigo calzado de repuesto y estoy lleno de agua de las rodillas para abajo. Ya no seré Indiana Jones, así que mejor será volver. Reto pendiente pero la frente muy en alto. Explosión de vida y adrenalina, hasta luego. (De vuelta en La Merced me compro unas sandalias y unos pantalones cortos :p)
Doblando más adelante el codo del río, es hasta donde pude llegar...
Pincha la imagen para verla en mejor resolución ;)
Julio, 2014. Año entero en penumbras. Debo buscar algún tipo de resplandor, no importa si fugaz: así que mentalizo Huaraz y alguna nueva ruta entre los nevados, eternos pasivos placebos, para mí al menos, que ahora probaré en un eón aún sinfín y ruin. Quiero ir más al norte del muy popular circuito de Llanganuco. Caraz (Caráz, Caras, Carás) y la Laguna Parón aparecen vertiginosamente como la x del mapa. El plan no es como lo había visionado, sin embargo, intempestivo al anochecer, sin que nadie me vea, me catapulto vía lanzadera Fiori y la Panamericana Norte... Cordillera Blanca, a tus brazos voy apresurado. Cierro mis ojos, quizás fugazmente, buscando entre las sombras.
Radiante Caraz me recibe, y a embarcarme a Parón... aunque ese cielo despejado no lo está arriba en la cordillera...
Alba en Huaraz. Y el destello nival cordillerano desfilando ante mis ojos, un verdadero gusto verte nuevamente, pues te extrañé mucho. Sin embargo espesas nubes aplastan mis nevados, y no parecen querer despejarse. Paseo un poco por algunas calles del centro, recogiendo mis propios pasos, y por cierto, averiguando si hay tour «popular» a Parón. En absoluto. No hay asistencia masiva, y como mínimo, a uno solo le costaría alrededor de S/. 400 ser llevado allí desde Huaraz. No hay modo, como un buen mortal, rutearé hasta Caraz y allí probaré suerte de, o bien encontrar algún tour, o bien ya llegar como fuere a Parón. En Caraz la cosa me sonríe: es justo la fecha de la fiesta del pago al agua, y se organizan partidas (en combi, en camión, auto), mezclando turismo y turistas genuinos con la población local, que no precisamente va a conocer la laguna, que por cierto ya debe conocerla: lo que hay es una fiesta local y a eso se aprestan eufóricamente los caracinos y demás gente de los poblados cercanos. Muy folklórico todo, justamente el toque de calor humano para el hielo y la nieve. Bueno, resultará que en realidad, al final, es contaminante calor.
La fiesta en Parón en cuestión es mañana 29, y hoy 28, vísperas, hay otra suerte de celebraciones patrias: desfile escolar, misas, ferias, y por supuesto, turismo. O sea que inmediatamente llego a la Plaza de Armas de Caraz, encuentro que están partiendo visitantes a la laguna. Perfecto, y claro, muchísimo más económico. Llego por fin a esta joya turquesa, jade y azul, famosa por fotos, de hecho uno de los paisajes insignia de la Cordillera Blanca. Mas las espesas nubes en efecto no se despejaron jamás, y hay cero visibilidad del espectáculo de cumbres nevadas que circundan la laguna. Cero absoluto. No es justo, para mí, que amante incondicional de esta parte del Perú. Un tanto enfurecido, sobre todo porque, como parte de un grupo de visitantes, hay limitaciones de recorrido. Vaya. Por eso, prefiero hacer esto independientemente, allá la mayoría que prefiere ciertas supuestas «seguridades» o «garantías» (de las que habría mucho que dudar dada la propia informalidad de las empresas de turismo, sino cuando flagrantes estafas), pagando a cambio el precio de no conocer realmente un sitio, al aire de tu propia incursión y todo lo que ello implique, sin miedo. No hay modo entonces: o vuelvo o regreso, o solo o sin compañía. Qué gusto esta falta de opciones.
Laguna Parón: opaca en nuestra primera cita :(
Abajo en el Callejón de Huaylas, la noche avanzará en Caraz. A esta ciudad, la última importante hacia el norte del callejón, el puerto desde donde parten las aventuras hacia el Nevado Alpamayo (revista Alpinismus [mayo de 1966]: «La Montaña más Bella del Mundo») o la Quebrada Santa Cruz, se le conoce tradicionalmente como Caraz Dulzura. Doy fe, de hecho, de unos helados fabricados allí mismo exquisitos y adictivos. El río Santa discurre pues entre flores, dulces y postres, para luego pasar a ser víctima de intento de estrangulamiento en el Cañón del Pato, y aún después, en la distante costa, terminar diluido en el Océano Pacífico en Chimbote. Entre tanto, aquí la costa sabe ajena mientras un espectro discurre por las calles serranas, observa a las personas, pretende alcanzar las estrellas, escudriña las negras siluetas de las montañas lejanas, busca, en fin, algo. Pero por fin, cierra los ojos.
Qué paradoja mi confinamiento solitario. Saborear lo dulce del trazo propio del camino, haciendo un paralelo directo con la vida y lo que muchos llaman «el destino»: no hay tal designio, hay que inventarlo paso a paso. Dicen que estos parajes andinos son belleza y melancolía a la vez… en efecto. Como el cielo estaré, azulado, y solo el viento me seguirá. Podré fingir granito, hielo, y frío, no podré desolación e inanición, cual gigante de piedra que va quedando desprovisto de su alegre manto de nieve. Y como azulado, el cielo me llama. Al menos, recompensado estaré hoy: no hay nubes. Me dispongo entonces a ver el amanecer y así es como, en esa clase de experiencias que a uno le embargan, ya quien sepa de qué carga afectiva cada uno, presencio los primeros fulgores solares detrás de los picos del Aguja, el Huandoy y el Huascarán. Muy bello espectáculo.
El día emerge en Caraz :) y resplandecen las cumbres de los Aguja, Huandoy y Huascarán (el techo del Perú), de izquierda a derecha.
Dopaminérgico así, vuelvo a subir hacia sus entrañas, y esta vez confundido entre los pobladores locales, a mi aire. Ahora sí, puedo ver con mis propios ojos al Pirámide Garcilaso, al Chacraraju, luego de tantas postales y libros, y en toda su dimensión, diáfana y brillante, a la Laguna Parón. Es como poder ver una de esas postales en tres dimensiones, con una profundidad inexplicable que me atrae poderosamente. Y a eso he venido pues, a penetrar la cordillera, a incrustarme en este paisaje y de ser posible llegar a tocar el hielo, a llegar donde la vista de las demás personas ya no alcanza a distinguir si se trata de una persona, una roca o un arbusto… y como sucederá, a fundirme con la tierra y la roca, olvidarme, en fin, de mí mismo una eternidad encerrada en un instante de pasmo.
Ahora sí, salvaje esplendor, inolvidable: Laguna Parón (4185 m.) y al fondo los nevados Pirámide Garcilaso (5885 m.) y Chacraraju Oeste (6112 m.).
180 grados de seismiles de izquierda a derecha custodiándome: el flanco sur del Caraz Oeste (6025 m.), Pirámide al fondo, Chacraraju Oeste (6112 m.), y Huandoy Este (6395 m.). Épico.
Progreso hacia el fondo de la quebrada, en suave pendiente, teniendo siempre a mi derecha el ancho campo turquesa de la laguna «varón», el apodo que recibió dada sus dimensiones, y vocablo del cual, distorsionado fonéticamente por los hablantes locales, deriva su nombre Parón. Llego así al comienzo de la laguna y sus discretas playas, directamente al pie de las estribaciones del Pirámide, el Chacraraju y el Pisco, mirando hacia atrás las cumbres del Huandoy, y rodeado de altos bordes de enormes morrenas. Sobre todo, rodeado de una serenidad por la que, sumiso, me dejo embargar. Hay nubes que están creciendo, y que gustan paralizarse en lo alto de las cumbres, especialmente una que no deja al, también piramidal, Nevado Artensonraju (6025 m., cuya cara norte se dice inspiró la montaña de Paramount Pictures). Inquietante entorno: detrás del Artenson se precipita la Quebrada Santa Cruz para inmediatamente levantarse el Alpamayo. Todo esto me deja sin aliento, y no es la falta de oxígeno a estos ya 4000 m.s.n.m., sino contemplar estas montañas de una estética tal que, para cualquier creyente, es extremadamente sospechosa de diseño, para nada más maravillar al hombre. Simplemente me paralizo ante soberbio escenario. La dicha me toma. Y tomo el sendero hacia la Laguna Artesoncocha, hacia la izquierda, internándose más aún en las alturas y el granito puro, entre los nevados Caraz y Pirámide.
¡Qué sublime! Cuidando mis espaldas los Pirámide (5885 m.) y Chacraraju Oeste (6112 m.) y en mi pecho Front 242.
Panorámica captando porciones de Parón y Artesoncocha, de izquierda a derecha.
La Laguna Artesoncocha es mucho menor que Parón, pero es la antesala de las expediciones hacia los nevados Artensonraju y Caraz, estando directamente debajo de éstos. Al asomarme por una colina sobre ella, hago un rodeo por su derecha, apartándome del sendero, para pisar suelo exclusivamente de la cordillera y no el sendero que todos transitan. Así que hago una breve incursión en la roca viva, granito puro, puesto que de repente se terminó la orilla para caminar, y más adelante llego a una tímida playa en la orilla norte. Hacia la otra orilla, en el sendero, veo un par de personas, pero a eso se reducirá la presencia humana este fabuloso 29 de julio. Unos metros después hay aún otra laguna más pequeña, y otros 20 más adelante, sobre un pedregal de derrumbe, una formidable pared de roca vertical, por la que se precipita el afluente que alimenta a estas lagunas. Sobre esta pared yace una lengua glaciar que desciende del Artensonraju (habiendo un sendero que asciende sobre el noreste de Artensoncocha y que llega hasta allí). Aquí, entre las innumerables rocas, atento, presto al frío cordillerano, veo un fulgor escondido: ¡HIELO! Bien, en este punto, en las entrañas de la Cordillera Blanca, con el estómago vacío pero repleto de éxtasis, alcanzo la sangre misma del nevado, y la introduzco en mi cuerpo, cual ritual totémico, cual sagrada comunión. Ingiero la fuerza, la soberanía, la quietud, la contemplación… llevo en mis entrañas las tuyas. Eme aquí, en un lugar donde no llega la vista del incauto, en lo sublime, donde, de alguna manera, logro trascendencia, y correspondientemente, el espacio trasciende en mí.
Laguna Artesoncocha (4700 m.) debajo del Caraz y el Arteson.
Playita
Listo, estoy hecho...
A fuerza de hambre me distancio del totalitarismo blanco de la nieve, diré que perpetua, olvidando un poco el calentamiento global. Necesito llevarme estas impresiones visuales, y, eventualmente, si tengo la oportunidad, transformarme en legado indirecto de la existencia de estos refugios dramatizados de la nieve y el hielo, en el tiempo y el espacio, para cuando o bien los neófitos quieran saber de ello, o solo haya que relatarlo como parte de un hermoso cuento de ecología que un día terminó. Y he aquí pues porqué refugios dramatizados: a mi regreso, en la estación turística de la Laguna Parón, una muchedumbre de personas celebra el «pago al agua», inmersos en ruido, humo, y desperdicios contaminantes de todo tipo. La gente está feliz. Lamentable, aunque soy parte de esto ¿y cómo evitarlo? ¿acaso o puedo dejar de ser humano, sustraerme de toda sociocultura, o simplemente dejar de existir? Sea porque necesito comer, y aquí hay comida (truchas a la orden), sea porque volveré a la gran ciudad donde esta devora necesariamente recursos naturales mientras cerca los refugios dramatizados de la naturaleza, no hay modo: debo pues, ser testigo de los frágiles refugios de naturaleza. Irónico que tamaños colosos tan impresionantes, esas pirámides blancas que han estado aquí desafiando los tiempos, puedan sucumbir con tal insoportable facilidad al virus-hombre.
Volviendo, como pueda.
Siendo las 6.15 p.m., en Caraz, se precipita mi partida :(
Allí abajo, en Caraz, entre más helados y pasos apurados, llega el crepúsculo. Solemne y triste despedida, sin poder desprenderme de todo. Mientras, la penumbra vuelve, como la rutina. A dicha oculta y silenciosa, llevo en mí la Cordillera Blanca.
Hacia mi merecido descanso en el Amazonense en Pedro Ruíz, le cuento a la Sra. Marina sobre mi día entre los colosos de Yumbilla y La Chinata. Me termina de convencer de visitar Gocta, recomendándome ir por San Pablo envés de Cocachimba. Mi itinerario, definitivamente, ya es otro: no visité Pabellón (400 m. de caída), mas enfrentaré Gocta y su descomunal caída total de 771 m., en dos etapas: una superior de 231 m. de caída, y otra inferior de 540 m. de caída. Motivos personales, cuyas fibras fueron atravesadas por el cielo de La Chinata, y su señal astral, era lo que no marcó a Gocta en mi mapa. Mientras, en el mundo concreto, sin dejar las ironías de las circunstancias, lo que queda de mi presupuesto me da el visto bueno, estando exacto para esto y luego volver a Lima. Para ello, necesariamente iré en van-colectivo, por la carretera hacia Chachapoyas, hasta el desvío para San Pablo/Gocta, que deberé recorrer a pie, porque tomar mototaxi, costando S/. 20 como me quieren cobrar (me ven la cara de turista), es algo que no existe en el mapa de mi bolsillo. Cena: más juanes, pan con queso. Y más juanes para mi día siguiente, porque la señora que los vende no atiende en la mañana.
Bienvenido caminante.
Se suponía que tenía que salir como mucho a las 6 a.m., pero, me quedé dormido. Me despertó el vibrante azul del cielo. Salgo a las 9 a.m., lo que es tarde. Dejo Pedro Ruíz pero no me despido del todo porque volveré, seguramente, al anochecer, para coger cualquier ómnibus hacia Lima o Chiclayo. De lo lluvioso que encontré el tiempo a mi arribo, al día entre nublado y soleado de ayer en Yumbilla y La Chinata, a un sol radiante para Gocta hoy. Ironías, como dije. Una vez escuché, para mí: «¿quién eres tú, que cuando te veo sale el sol?». El cemento que piso, el asfalto sobre el que ruedo, la tierra que me cubre sutilmente a veces, las vistas que se me presentan, los sonidos que viajan a mis oídos, el viento que roza mi piel, el aire que respiro, todo es un meticuloso seguimiento de los pasos de quien hoy no está, de quien se alejó mientras yo estoy al borde de la paranoia mágica leyendo señales por doquier. Alguien quien no se entera de todo esto, en mí, que hago. Quien estuvo aquí, en otro momento del tiempo, sin mí.
Zarigüeya... muerta :(
Otra vez en el mundo concreto, resulta que por cierto, en este caso, debido a la fama indudablemente, sí hay que pagar un derecho de visita. En San Pablo hay pues un puesto de registro del turista. Esta caminata de una hora a la localidad será un ahorro monetario, justo, pero es por el contrario un despilfarro de energía y tiempo, que mi pierna derecha, inoportuna, me recuerda a cada paso. Como fuere, la sola presencia en estos parajes ayuda a olvidar las molestias. Este sendero está en perfecto estado, yendo por el flanco noreste de la Quebrada Cocahuayco, desde donde se divisan los pueblos de Coca y Cocachimba, este último desde donde parte una ruta paralela. Llego al primer y único mirador con vista a la catarata, completa. Se trata de una gran roca aplanada, en una saliente del barranco, que actúa como mirador natural de Gocta. Desde aquí parte una ruta alterna que desciende por el desfiladero y alcanza el sendero del otro flanco de la quebrada, para terminar en la base de la primera caída. Pero sobre todo, desde aquí comprendo súbitamente la fama de Gocta.
San Pablo.
Tellus Mater, en otro recordatorio de nuestra pequeñez humana, aquí exhibe el enorme anfiteatro que le construyó a la sirena legendaria o a la serpiente, también legendaria, de Gocta. Desde el punto de vista paisajístico, la inmensidad de este semicírculo de cañón y selva, es de una espectacularidad indescriptible. Se tiene, necesariamente, que estar aquí. Tenía reservado este aspecto sobre lo dicho respecto a la Catarata Yumbilla y la confusa información sobre las posiciones entre las cataratas más altas del mundo, ya que, si bien Gocta con sus interminables 771 m. no es definitivamente el 3er coloso mundial, esto no cambia un ápice el impacto sensorial de su dantesca infraestructura geológica. Sus truenos de agua se amplifican en este espacio acústico descomunal, dando como resultado que desde lejos se escuche su anuncio, sin que en realidad uno esté preparado para lo que tendrá frente a los ojos. La etapa inferior, de 540 m. de caída, parece deslizarse lentamente hacia el suelo, cuales largas caricias de blanco algodón, acercando al infinito la sensación de quietud pasmosa en este punto del planeta. Belleza pura. El cuerpo, involuntariamente, se detiene.
El anfiteatro: una ingeniería tan colosal como hermosa.
Me contaron que hay personas que llegado este momento emprenden el regreso. Imperdonable. Lo único que se puede experimentar es aproximación incontenible. Y así va el asunto. Entre las sombras bajo el océano arbóreo, por momentos ráfagas de fotones crean iluminaciones sobrecogedoras, y desde este juego de sombras y luces uno emerge nuevamente hacia un definitivo claro, esta vez sintiendo por doquier el estruendoso llamado de la serpiente. En un punto el camino se ha forzado, colgante del desfiladero de piedra, en un estrecho paso entre la ladera y el abismo, donde oportunamente ha sido instalada una tabla. Su finalidad no es hacer de puente, sino de continente del cuerpo que, por algún descuido, sea arrancado de la repisa por la gravedad. Agua, por todos lados. Fascinantes junglas en miniatura sobre la roca, Bryophyta sensu lato. Y faltaba más, una escalera hacia el cielo, y detrás de ella, sobre ella, furiosa la primera etapa de Gocta. La escena: un descomunal torrente agazapado esperando que te asomes.
¿Déjà vécu? ¿Déjà visité? Respirando (tu) aire, quizás, a una escala microscópica, robando (tu) aliento extraviado. Pero, nuevamente, aquí en el mundo externo, la ausencia de presagio reduce a insignificante mi ensimismamiento. El encuentro con este fenómeno extremadamente agreste es de una profundidad tal que, no importando el grado de autospección experimentado previamente como en mi caso, simple y llanamente, toda la atención posible que genere el cerebro es sustraída al pavoroso espectáculo. Rezagos de frases articuladas, mejor si jadeos, aullidos, risas y gritos, puesto que el viento-agua obsesivamente tempestivo no deja alternativa, es como mucho la reacción motora, además de intentar despejarse de la marea envolvente. La aparentemente inofensiva cabellera de algodón, de lenta caída a la lejanía, es ahora una estrepitosa inundación vertical, que enfría tanto por su gélido azote eólico, como por lo salvajemente hermoso del espacio. Y es un calor intenso a la vez, subjetivamente.
Otro almuerzo vuelto irrepetible por la compañía de semejante criatura de la naturaleza. Por supuesto, guardando mi distancia para que no se vuelva sopa helada todo. 3 p.m. Saboreo la comida, saboreo el blanco torrente indomable, saboreo el viento amazónico. Gocta me canta. Mientras, desde aquí se le puede dar la despedida al río que, al borde del fondo del anfiteatro descomunal, engendrará la segunda caída. No imagino asomar la vista por ese borde, sabiendo que yacen 500 metros de caída libre. Odioso, pero es momento de regresar. Pasivamente, preveo que no será posible descender, llegar a la vertiente opuesta del anfiteatro, y materializarme bajo la segunda caída, y así emprender el regreso hacia Cocachimba. No dispongo de tiempo, y dado que aparecería de noche allí, con toda probabilidad no encuentre movilidad colectiva, y no puedo darme ya el lujo de una carrera privada. La ruta completa San Pablo — Gocta — Cocachimba, desafiante, toma unas 8 horas. Mas será el motivo para regresar.
Subir, como para no descender del cielo acuoso.
De paso por el mirador, saludo por última vez al coloso. Intento abrazarlo, pero en realidad ya me tiene en brazos de su viento. ¡Qué solemne! ¡Qué majestuoso! Adiós obra maestra de Gaia. Hasta luego aclara mi corazón. Bien. Me refresco con una caminata de vuelta a ritmo pasivo, bebiendo lo más que pueda de este paraje, y también, como faltaba, beber directamente de las entrañas de estas montañas salvajes. La mayoría de riachuelos muestran las aguas turbias, dada la época torrencial, y no estoy dispuesto a ser caldo de cultivo de las miríadas de moneras y protistas que las pueblan. Pero llego a un punto, al pie de unas pinturas rupestres, donde el agua llora inocente y tan cristalina, que me seduce de beberla. Deliciosa. Como dije, lo que hacía falta. Así que me lleno una botella con agua de Gocta, bueno ya, de un tímido tributario.
Belleza en todos los niveles de organización de la materia. ¿Reconocen la merienda de estas preciosas? ;)
Cada paso que me aleja, lo lamento, pero como eternamente dicho, así son las cosas. Cosas más mundanas aguardan, como en efecto, no encontrar transporte. Hablo con un policía de la comisaría, así que es posible que un personal me lleve en moto hasta la carretera, donde no sé qué haré luego. Sin faltar la suerte, aparece un mototaxi, que para más suerte, sí regresa para Pedro Ruiz. Mientras esperamos a una pasajera, para ser tres (lo que significa pues que pagaré el pasaje normal de S/. 5), converso con una persona en el puesto turístico. Así me entero del proyecto de conservación El Bosque de las Cataratas, del que me dicen que ya está registrado legalmente. Excelente noticia, en tanto que expreso mi sorpresa, triste, de no haber visto tanta flora ni fauna (ninguna famosa orquídea, ningún gallito de las rocas) como en Yumbilla.
El río Cocahuayco, viajando por su quebrada hacia el cañón del Utcubamba. Geomorfología salvaje. La garganta exactamente enfrente y al centro, conduce hacia Pukatambo, La Ciudad de los Muertos.
Temas mundanos, sí, y de trascendental importancia. Esta travesía entre cataratas gigantes a escala planetaria empezó con una introducción a la hermosura salvaje de La Madre Naturaleza. Inmediatamente, contraemos necesariamente una responsabilidad de protección. No hay otra forma. Somos dignos de disfrutar la belleza, y por tanto de preservarla para futuras generaciones. El turismo es bueno, pero debe ser manejado con criterio conservacionista, y no con meros criterios empresariales. Los alojamientos de pretensiones lujosas, mientras magníficos, en cambio implican una cuota de contaminación ambiental. Los sutiles cambios de temperatura que los humanos no percibimos, en cambio afectan el metabolismo de pequeñas criaturas como a ciertos insectos, y sin estos, no hay comida para las aves. Así es el dominó de la cadena alimenticia. (Y no puedo creerlo, pero p.ej. me cuentan las personas que me acompañan en el mototaxi, que hay turistas que se llevan orquídeas o gallitos de las rocas. ¿Será posible?)
Fiebre de sábado por la noche, infectado de agreste hermosura. Un brindis por la protección de estos fenómenos formidables. Un brindis por un hasta luego. Un brindis con agua de catarata nororiental. Me despido definitivamente del Amazonense y la Sra. Marina. Saturado de experiencias, disimulando la conmoción. Solo la quiebra me devuelve a Lima. Mi aliento quedará en el Bosque de las Cataratas. Mi trascendencia, plasmándome en el paisaje de récords mundiales, ya está digitalizada. Los pasos por los que vine, que recogí en mi corazón, ahora yacen bajo los míos, y nuevos vendrán encima, en el festín del destino. Más juanes para mi vuelta. Llegaré a Chiclayo mañana domingo a las 5 a.m., y a Lima a las 8.30 p.m. En el asiento contiguo una mujer que viene de Tarapoto, en su primer contacto con la costa, me dirá que encuentra inexplicable tanta esterilidad. No lo sabrá, pero yo encontraré inexplicable haber dejado aquel bosque, amo y señor de lo sorprendente y lo afectivo, en un solo turbulento pasmo de belleza pura.
Sigue mi primer día en los alrededores de Pedro Ruiz Gallo, al norte de Chachapoyas en el Departamento de Amazonas. Hecho un bólido volviendo de la Catarata Yumbilla, viro inmediatamente hacia la Catarata La Chinata, La Doncella de Amazonas... La discusión sobre posiciones mundiales de altas cataratas ya fue puesta sobre la mesa, al narrar mi vivencia en Yumbilla, y no atañe aquí. Ahora pretendo, precavidamente, no perder tiempo tomando desvíos que no atajos, por lo que llegando a San Carlos desde Pedro Ruiz (vía mototaxi), hablo con una persona para que me guíe hasta la doncella, pero por supuesto, solo para que me deje allí. Quiero estar a solas con ella. La han bautizado así, mis expectativas están por los aires. Mientras tanto, lo que suponía, al depender mi caminata de un «guía» que en realidad tiene otras cosas que hacer, era que aceleraría el paso para terminar lo antes posible y cobrar sus honorarios. Un ‘jornal’, como le llaman. En este caso S/. 20. Sabía que, p.ej. en Cuispes este servicio cuesta S/. 30. El resultado fue una innecesariamente exigente caminata, dado que venía de Yumbilla, y aún sin almorzar. Tiempo record de 1h 20’. El saldo: mi pierna derecha me susurra dolor. Es una letanía, por lo pronto.
El desfiladero y la lluvia se combinan armoniosamente para formar numerosas cataratas. Ésta, inmediatamente antes de La Chinata.
Me encuentro frente a ella. Despido al «guía» (de hecho yo le guie en el conocimiento sobre Yumbilla o Pabellón), no en el sentido de prescindir repentinamente de sus servicios, sino que me despido de él, porque obviamente, no espero que me tomen tiempo de estancia para emprender una carrera de regreso. Hay un derrumbe que debe tener meses, que ha borrado la parte final del camino que llega a la poza bajo la catarata. Pero, un momento ¿llegar hasta debajo de la caída de agua? ¿Recuerdan que allá en Junín me resultaron fantasiosas las fotos de personas bajo la Catarata Bayoz? Aquí más bien empiezo a pensar de qué cosa exactamente uno se moriría, si tan siquiera lograse pararse bajo la altísima, y sobretodo temible, falda de la doncella. No cabe duda que allí, como fuere, te espera un resplandor final al terminar sí o sí ahogado. Sin más. Es que lo que te caerá encima es, sin lugar a experimentos de verificación, aplastante. Se trate del propio peso del agua, se trate del tempestuoso azote del rocío, la lluvia y el viento combinados, la poza es la cámara de la muerte en esta época. Y de hecho, nadie viene en estos días... solo yo :p
Hela aquí. La doncella. El manantial del cielo.
Si Bayoz con sus 60 m. de caída fue un monstruo (que es doblada por Sipia en el Cañón de Cotahuasi, siempre descrita como una rugiente bestia colosal... la tengo fija como meta...), no sé cómo describir a La Chinata con sus 580 m. sin hablar de brutalidad y pavor. Y aunque tiene unas tres etapas, estas son pequeñas repisas y así, más el factor del desborde, mantiene la apariencia de ser una caída continua. No, no llegué al pie de Yumbilla por la crecida de los ríos, pero aquí, nuevamente se me grita en la cara que es la mejor fecha que escogí. La voz atronadora de La Chinata no solo es un conjunto de infinitos borboteos que forman una pared de ruido blanco, sino, dado el volumen de agua, la altura y el impacto contra las rocas, se producen verdaderos ‘truenos de agua’. ¡Sí, truenos! ¡Sonidos graves que retumban el ambiente! ¡Impresionante! No es exagerado cuando digo que estoy en un teatro apocalíptico.
Esperando no estropear la vista.
Se suelen poner nombres de mujeres a las catástrofes climáticas, y esta pieza de furia natural, por suerte, está aquí fija, sin posibilidad de salir a destruir lo que encuentre a su paso. Yo sé que no es por esto que la llaman La Doncella, dado que es visitada en temporada baja, pero en este momento «ella», simplemente, es digna pariente del Katrina. Si la traducción de ‘Chinata’ es ‘manantial que cae del cielo’, pues lo que me toca vivir es un rascacielo hecho de tsunami. No solo es tanto o más ancha que aquella Bayoz, sino como ya lo había descrito, está multiplicada por casi 10 veces. Estoy atónito ahora que compruebo qué significa tal multiplicación, con todos mis sentidos arremetidos por la doncella. Las proporciones extremas que cobra la escena frente a mis ojos, son tales que no permiten mantener mucho la vista hacia arriba, con toda la cabeza tirada hacia atrás, buscando su inicio a medio kilómetro, debido a la tempestad omnipresente. Simplemente no puedes verla mucho tiempo muy cerca. Es un atrevimiento que no te lo perdona. El impermeable no me sirve de mucho, y de hecho se necesita una cámara fotográfica a prueba de agua. Al menos la que tengo, sobrevivió. Pero Uds., mortales de carne y hueso, no teman.
¡Life is life!
Me parece como si todo, alucinante en resumen, estuviera calculado para extremar emociones. El cometido es impecable, efectivo y cabal. El deseo con locura de compartir todo esto, tiene incluso reflejos de impotencia, una sensación de no poder comunicar en toda su dimensión tanta cruda belleza. Brutal hermosura en estado puro, inmediata a la cognición. Las fotos y los videos, pienso yo como testigo ingenuo, no logran captarla, pero permiten aproximarse, algo, a esta experiencia total. Esos medios artificiales son, obviamente, necesarios. No obstante, tan solo equipados de nuestros ojos, cerebros y corazones, y estando materialmente allí ocupando bien nuestras cuatro dimensiones, accederemos a esa experiencia total, irrepetible y eterna. Hago una pausa, entre la visión y la audición preñadas, el toque del rocío, entre el sabor del aire húmedo y el olor de la tierra empapada. Quiero un momento expandir el tiempo en este espacio, perderme. Realizar imposibles dimensiones. Sensaciones vienen, sensaciones van, fluyen imparables, como salvajes cataratas en lo profundo del yo... Solo me dejo arrastrar por ellas...
Absoluto.
Volviendo a tierra firme, el mismo suelo me hace volar en el acto gracias a su inundación botánica. Emprendo mi regreso escudriñando el rededor, conociendo celoso a quienes rodean a mi doncella. Perdida la noción del tiempo, me veo en la obligación de percatarme que son ya 4 p.m. Pero sigo haciendo amigos, ¡tucaneta!, y no voy a resistirme a un milpiés que intenta retenerme en medio del sendero. Una ducha, natural, para dar rienda suelta a la obscenidad humana. Llegará su momento, llegará mi luna. Por ahora llega el crepúsculo. Hubo momentos de sol sobre todo hacia la tarde, así que el astro se despidió generosamente. Voy pensando que se puede repetir la aventura de la Quebrada de Llaca, volviendo a oscuras. Curtido en ello, aunque quizás por la distancia en el tiempo, empiezo a tener miedo como si fuera primera vez. Y lo de mi pierna ya no es una letanía, sino algo molesto. Qué placer complicarse las circunstancias. Piso casi lo que sea, casi como sea. Y desde la oscuridad indescifrable, una textura aural de voces nocturnas pretende hipnotizarme.
Pedicure ¡ya!
De risa, recordar ello de que los regresos son simples y rápidos, pero que este se me hace una eternidad. Preocupa, pero encanta. Ya veo las pocas luces de San Carlos. Llego a las 8 p.m., no sin antes saludar a unos niños en la puerta de su vivienda, que no dejan de mirarme, porque definitivamente se preguntarán ¿y este? ¿a esta hora? Sí, y no vengo de la chacra. El pueblo, como a mi pedido, tendrá solo unos pocos postes de luz débil. Hace un par de horas, cuando aún en el sendero, noté que una escarcha brillaba más y más sobre mi cabeza, sobre la tierra, sobre el cielo. Aquí abajo me vieron pasar las luciérnagas. En mi vida he tenido pocas oportunidades de viajar al cosmos más allá de la Tierra, sin salir de ella. Son de hecho, modestamente (o ridículamente), menos de cinco. El negro absoluto del cielo, adornado con un escarchado de proporciones inconmensurables, es la fiesta que recibe a esta partícula de polvo de un planeta insignificante. En este instante, en este rincón olvidado del universo, no evito sentir, que las estrellas son para mí. Y que me arrullan con un cuento.
Fungi.
Yo diría basta ya por favor. ¿Tenía que poder distinguir una tímida línea blanquecina corriendo entre los astros? Faltaba más, una estrella fugaz. ¿Tenía que, hablando conmigo mismo, decir que esto es una señal? Sobrevienen sentimientos encontrados. Me estoy percibiendo tan fuera, tan infinito, y su vez tan solo que, y me conmuevo al recordarlo, mis ojos se inundan de inmensidad. Por momentos las luces de las propias estrellas se refractan en los manantiales que crecen en mis ojos. Mis propias chinatas; una es asombro, la otra nostalgia. Es así. Aquí en este pueblo del nororiente peruano, en esta soledad, en esta penumbra, en la plaza de armas con nadie que ría, o hable, o haga algún ruido, yo tengo una experiencia «espiritual». Y diría que basta ya por favor. En algún momento cruza alguien la plaza, y se extraña de verme con la mirada fija apuntando hacia arriba. Para los lugareños, este firmamento es cosa de rutina. Para mí, es envidiarlos.
Te hundes en los Andes Centrales.
Otra persona irrumpe, la chica con quien hablé a mi llegada sobre contratar un guía. ¿Recién bajas de Chinata? Sí, digo orgulloso. Pero ya no hay movilidad, y se me acaba la risa. Muy buenamente me conduce a la casa de un mototaxista, aunque éste parece estar arropado para dormir, le insisto en que me lleve a Pedro Ruíz. Y me dice, en son de advertencia, que vamos a pasar por el cementerio. Yo replico que está muy bien, yo no creo en fantasmas ¿de eso se trata? ¿Ud., sí? Tampoco. Bueno entonces, vamos. Lo espantoso, fue que me cobró S/. 20., y para añadir el toque de ironía, sin querer claro está, se nos unió su esposa, su hijo, y también, el perro. Genial, y sin sarcasmo, les pago pues el paseíto. Ya, que me prestaron una casaca, sino muero congelado. Son oriundos de aquí, y les aconsejo que no se muden, que cuiden su doncella, les cuento muy entusiasmado que me voy enamorado, que no puedo dejar de ver el cielo... Quizás me pregunto si volveré yo aquí. Vine por una doncella que ya estuvo aquí, como si quisiera recoger de su aliento las moléculas en al aire, pero el viento sopla y todo esté quizás diluido en la inmensidad, como sin retorno. Yo, en silencio, mientras, sigo con esa doncella hecha de Luna corriendo por mis venas...
San Carlos (marca inferior) → La Chinata (marca superior).
Tellus Mater megalomaniaca, omnipotente, absoluta.
Indomablemente extrema. Inevitablemente abrumadora.
Delirantemente colosal. Llanamente aplastante.
Definitivamente pavorosa.
Así es cuando nos exhibe toda su salvaje belleza,
y, en cuanto así se nos revela.
Es la función para la que no puedo sino asistir en primera fila.
Hacia el Nororiente del Perú. Hacia El Bosque de las Cataras.
El Bosque de las Cataratas, así es como han bautizado esta región de la provincia de Bongará, departamento de Amazonas, en el nororiente del Perú, para buscar conservarla. Aquí, el río Utcubamba ha horadado un cañón sobre una antigua planicie mesozoica, como es el típico aspecto geomorfológico de los grandes desfiladeros, con la firma personal de que sus laderas verticales, especialmente las orientales, sirven de trampolines para una sucesión de ríos menores tributarios que, de una manera que pocas veces se observa, y solo en el contexto de la competencia internacional de cataratas, se lanzan en salvajes picados de 500, 700, y hasta casi 900 metros de altura. Descomunales, apabullantes embestidas contra la alianza de la roca y la selva. Una danza mortal del agua. Y es aun época de lluvia, el heraldo de que me dirijo hacia una cuasi-hecatombe fluvial.
Yumbilla, como vista cerca a Porvenir.
Habiendo atestiguado, durante la crecida de los ríos, lo descomunal que llega a ser una catarata de 55 metros de caída en Junín, inmediatamente tengo la compulsión de experimentar lo apocalíptico de que a la geología, siniestrada por la hidrografía del modo más violento sin presagiarse, se les haya dado la gana de multiplicar cinco o catorce veces tales tallas. Imagínese el pasmoso resultado, por supuesto, a escala planetaria. Extremo. Mírese pues semejante forma en que se nos recuerda lo insignificante que somos. Y en la digna resignación, lo responsable que debemos ser para con estos rincones de la Tierra. El abrazo de la inquietud es tan fuerte que, sencillamente, la imaginación me revela lo pequeña que es. Y de hecho, el espectáculo dantesco y brutal que presenciaré, no será sino la demostración de la imaginación reducida al absurdo.
Paso sin emocionarme mucho por Chimbote, Trujjillo y Chiclayo, y no porque no tengan encantos, pero desde mi ventana no veo sino más de lo que quiero olvidar: ciudad. En Chiclayo me embarco para Pedro Ruiz Gallo, en Amazonas, para lo que hay que atravesar parte de la Piura andina, y Cajamarca cambiando de sierra a selva. Se acrecienta mi inquietud, por el hecho de transitar durante horas por el litoral desértico de Lima, Ancash, La Libertad y Lambayeque, para por fin ver los Andes meridionales, sometidos al trópico y a la voluptuosidad vegetal de la selva. Un breve roce con el río Marañón es lo más cercano al Amazonas, ya no el departamento sino el río. Mientras tanto por el Utcubamba, la historia geológica aquí ha legado un retrato de pendientes rocosas jurásicas y cretácicas desafiando la marea verde. El entorno se revela confrontante ahora, además de inquietante.
Los Andes meridionales invadidos de trópico. Llegando al Abra Porculla, Piura (2137 m.s.n.m.).
Antes de venir busqué lo que pudiese sobre Pedro Ruiz en la web, pero no hay mucho. Mi itinerario es como sigue: desde aquí como estadía alcanzaré mediante los senderos que parten de Cuispes las cataratas de Yumbilla, Pabellón, y La Chinata. Sobre Cuispes, un poblado mucho menor, en cambio hay más información, gracias a que allí hay un buen alojamiento, que, tuve la impresión desde la web, parece guardar todos los accesos a las cataratas. Lo comento porque, una vez en Pedro Ruiz, y por cierto con rezagos de lluvia que amenaza mis incursiones, trabo conversación con la agradable y culta Sra. Marina, administradora del alojamiento Amazonense (con seguridad el mejor y donde pernoctaré) quien me informa de una ruta alternativa, nueva, hacia Yumbilla, desde Porvenir. Me convence. Y no solo eso, sino que busca también convencerme de visitar Gocta, la catarata insignia del turismo aquí. Será parte de una dimensión paralela sin revelar, el motivo por el que busco conocer otras cataratas, y no precisamente Gocta... ya veremos que la historia cambiará.
Pedro Ruiz: Av. Marginal y el Amazonense.
En cambio un motivo racional para esta bitácora, y que conduce a una polémica creo que aún no formalizada, es que la Catarata Yumbilla es más alta que Gocta. Pero ampliamente desconocida. Sí, y la diferencia resulta ser hasta dramática, en dos sentidos: por la diferencia métrica y porque en la zona hay ya un dogma establecido. Yumbilla es un gigante de gigantes extraviado, no solo entre los árboles, sino en el inadecuado manejo de información actualizada. Como dije, Gocta es el emblema turístico no solo de Amazonas (junto con Kuélap, por ejemplo), sino también del Perú. Y jamás se podría poner a juicio la arrebatadora belleza no solo de ésta, sino de ninguna de las otras cataratas cercanas, porque la experiencia de éxtasis no cambia; sin embargo, se ha presentado lo que desde mi punto de vista es un necesario cambio de lo dicho y lo promocionado. Para esta discusión estoy considerando la World Waterfall Database como una fuente fiable de información.
Damas y caballeros...
La historia: en 2006 una exploración alemana descubre los 771 m. de Gocta, lo que se da a conocer públicamente. El gobierno peruano inmediatamente anuncia la implementación de infraestructura turística. Yo no tengo conocimiento exacto de cómo es que se promociona así posicionada en el 3er puesto mundial, pero según la entrada para Gocta en Wikipedia, en inglés (para variar en español hay menos información), esto resultó de basarse en «información obsoleta e incompleta obtenida de la National Geographic Society», mientras que los comentarios de Ziemendorff (el líder de la expedición alemana) «han sido desde entonces muy discutidos». Pero así fue desde esa fecha y así reza en todo folleto y web turística. Así que sospecho de una falta de profundidad de investigación y un apresurado (mal) manejo de la información, por parte de las autoridades del turismo (de hecho, véase la ficha respectiva del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo).
¡Yumbilla! Etapas superior e inferior, es decir, 896 m. de caída.
Entre tanto, la propia Wikipedia presenta información confusa. Por ejemplo la entrada para ‘Gocta’ «un pequeño poblado peruano», del que en realidad ni los lugareños tienen conocimiento, dice «La Chorrera, la tercera cascada más alta del mundo»; mientras su entrada para ‘La chorrera de Gocta’ dice que:
«la altura total de la catarata es de 771 m, lo que la ubica en el lugar n.º 15 en la lista mundial de cascadas, estando las cataratas las Tres Hermanas (914 m, en Junín) en tercer lugar, y la catarata Yumbilla (896 m, en Amazonas), en quinto lugar».
Véase también en wikisumaqperu. (Nótese ante todo que Tres Hermanas, aún más alta, es peor conocida, y además inaccesible.) La mayoría de cataratas son caídas de agua que presentan varios ‘golpes’, ‘saltos’ o ‘etapas’. Una estructura escalonada puede ser común (aunque el Salto del Ángel de Venezuela consiste en un solo salto), por la que se precipita verticalmente en cada peldaño un curso fluvial. Así p.ej. Gocta muestra 2 bien definidos golpes y Yumbilla 4 o 5 (véase la foto de abajo, tomada de viajeros.com). Son pues las sumas finales de todas las caídas lo que se considera la altura total de la catarata, aunque hay listas que consideran solo las caídas únicas.
El ranking de la World Waterfall Database, la fuente más confiable.
Vista panorámica de Yumbilla, mostrando sus 4 o 5 etapas (tomada de viajeros.com).
Volviendo a la historia, ocurrió interesantemente que a finales de 2007 el Instituto Geográfico Nacional descubrió los 895.4 m. de caída de Yumbilla. 125 m. más que Gocta. No deja de sorprender que en este territorio llamado Perú se descubran records mundiales, para luego tener que cambiar las posiciones por nuevos descubrimientos aquí mismo, tal como con en el caso Colca/Cotahuasi, en cuanto a los cañones más profundos del planeta. Paradójicamente, también sorprende cómo es que aquello fue ignorado, y así permanece, a pesar de que p.ej. wondermondo.com afirma que se dio a conocer en la prensa nacional. Por mi propia experiencia de contacto con lugareños, hay una aparente rivalidad entre las administraciones distritales de Cuispes y Valera, que poseen a Yumbilla y Gocta, respectivamente. Estoy a favor de una correcta información turística (asunto que no afectaría el turismo en Gocta y más bien lo potenciaría en Yumbilla), a la vez de una integración de estos gigantes cercanos en una sola región protegida.
La ruta en cuestión desde Porvenir hacia la base de Yumbilla.
Sentado pues que estaré frente a la 5ta catarata más alta del planeta, vuelvo a mi visita. Voy, como convencido, a Porvenir (en mototaxi), y tomo el sendero de caminata. Sin guía, que ya desde aquí se divisa al quinto coloso. El barro está tan fresco como si aún lloviera, pero espero que hoy el cielo, aunque todo nubes, no me bañe. Voy por encima del Yumbillayacu, invisible, cuyo rugir me hace saber que anda por ahí. Estoy en la frontera de los Andes y el bosque amazónico. Hay amplias zonas donde no hay un solo árbol, especialmente en las alturas de las colinas, mientras las partes bajas de sus vertientes son maceteros gigantes de árboles. Pronto estoy inmerso en el océano arbóreo. Primer cruce de río: puente (de madera). Segundo cruce de río (afluente): sin puente, pero sin mayor riesgo. Unos objetos rojos saltan en las copas de los árboles: ¡gallitos de las rocas! Bandadas de loros irrumpen la quietud con su bullicio, yendo y viniendo alborotados. Y en algún momento se me presenta el quinto coloso: solo deja ver sus primera y última etapas. Se hace evidente el pronunciado escalonamiento de la catarata, lo que, para reto de explorador, dificulta el acceso completo.
Primer y único puente.
Tercer cruce de río (no estoy seguro si un nuevo afluente): sin puente, con potencial riesgo. Es marzo y el caudal de los ríos, aun así hoy no lloviese, ya creció hasta su punto crítico. Me detengo, me río, y lo pienso. Bueno, hasta la mitad hay dos troncos paralelos, dejados a modo de puente, pero en un sentido muy, muy metafórico. Caerse aquí será, como mínimo arriesgado, lo peor, que ya no lo contaría, será tener una mala caída (en realidad así no hay modo de tener una buena caída). Luego me enteraré de la historia de un campesino que se cayó de un puente y murió, seguramente por el impacto en las rocas. Sin necesidad de saberlo, el Sistema Límbico me advierte, y juega a paralizarme. Lo vuelvo a pensar: de pie por supuesto que no, los troncos no tienen tanto diámetro y rotarían bajo mis pisadas. Tal vez gateando. ¿Tal vez? Definitivamente no me gusta la idea, tengo miedo, pero creo que me preocupa más no llegar a la catarata. Metros atrás dejé un desvío, que no me inspira confianza porque parece alejarse a otro destino. Pasan los minutos. Decido tomar ese desvío, y no intentar suicidarme.
El quinto coloso se deja ver.
Quise pensar que ese sendero hacía un rodeo por una ladera rocosa. En la marea vegetal que me rodea bucear a dos patas, va en sentido literal: esta ruta no es muy usada y hay invasión de plantas, debo andar braceando para ir despejando el paso, y no hubiera sido mala idea traer un machete. Significa además que el terreno circundante en realidad no es visible muchas veces. Los árboles en verdad impiden ver cómo puede estar el camino metros adelante. Y otra cosa: no hay calzado que garantice no resbalarse al pisar las piedras lizas, porque en esta época todo está húmedo, y además, colonizado por algas y musgos, lo que le da una propiedad casi viscosa a la superficie de las rocas del sendero. Ahora póngase todo esto en sentido casi vertical, que era en lo que se convirtió mi sendero salvador. Una peligrosa escalera de piedra en fuerte pendiente, que tampoco me interesaba trepar. No podía saber que así sería porque, como explico, simplemente no se ve. Así que vuelvo al borde del río. Y vuelvo a pensarlo. Y me río nuevamente, porque decido, no cruzarlo, sino, volver al sendero de la muerte.
Etapa inferior. Espectacular cornisa de roca desde la que se precipita el torrente.
Ahora quise pensar que no solo hacía un supuesto rodeo, sino que arriba me encontraría con el sendero que viene desde Cuispes. Como fuese, no me agradaba tener de regresar por esta ladera de roca húmeda. Craso error. Tuve que hacerlo puesto que, el desvío simplemente no sabía a donde me llevaba, hace rato ya que había perdido de vista y de oído la catarata, y el camino empeoraba de tal modo, invadido de plantas, que se hacía intransitable. Llegué a un punto donde ya no sabía si había camino, todo eran plantas. Caí en cuenta de que perdía el tiempo, y que este no era ningún rodeo a Yumbilla. Aquí los caminos son rudos, y no hay recursos ni tiempos como para hacer caminos que hagan rodeos: la ausencia de ese puente no significaba que ahí acababa el camino, sino que yo era quien estaba en la época incorrecta, tratando de cruzar lo que en época seca está en su tercera parte de caudal, un riachuelo inofensivo. Ya un tanto harto de perder cualquier gramo de caloría innecesariamente, puesto que me espera mucho más, regreso, miro los troncos sobre el río, y me lanzo sobre ellos a gatear. La otra mitad del río, «a cuatro patas» sobre las piedras, con mucho, mucho cuidado... ffiiuuu desde la otra orilla, ahora pareció fácil :s Un cóctel de dopamina y adrenalina, para brindar por los riesgos.
Sobre el río... pensándolo varias veces :s
El camino se pone peor, pero es del todo reconocible. Y un estruendo maravilloso me confirma que era el camino correcto, y que estoy cerca. Sí, claro. Salvo que, había un pequeño e insignificante último cruce de río, y este viene de la catarata. Ahora sí tengo un problema: no troncos, no sogas, no piedras accesibles. Fin del camino. Y metros más adelante, 20 o 30, finalmente, impacta el quinto. Me acaricia su brisa fría, y su rocío es ligero, como puedo distinguir claramente la cornisa de roca blanquecina desde la que se lanza, pero no puedo avanzar más. Quizás con botas, no lo sé. Los rápidos se ven truculentos y sobretodo, violentos. Las distancias entre las probables rocas donde poner el pie lucen preocupantemente amplias. Se me vino todo junto al cerebro sobre la falta de promoción turística y el estado silvestre de Yumbilla. No maldije a nadie por no haber construido un puente. Es el estado salvaje del quinto coloso. Así debe ser. Lo hace más excitante que otras cataratas, sin mencionar sus dimensiones. Esta época de caudal máximo me exhibe al gigante en toda su furia, pero a cambio, su discurrir fluvial, igualmente furioso, impide acercarse.
Imposible :(
Pospongo, por supuesto, el almuerzo (de enlatados, más deliciosos juanes comprados a una amable señora en la via principal de Pedro Ruiz ¡a 1 sol!), que estaba reservando para la compañía del gigante. Mientras, algunas reflexiones al ser expuesto a la megalomanía natural. La selva alta lluviosa, enconadamente abrupta como en el cañón del río Uctubamba, o el del Cutivireni allá en Junín donde engendra al tercer coloso Tres Hermanas, ofrece, en contraste con otra geomorfología como los Andes, la característica de poseer cataratas de alturas descomunales, y de ahí sus récords. Lo atestiguo, embadurnado con la tierra del gigante temible pero de «corazón enamorado» (una curiosa forma que aparentan los velos de la caída superior, mejor reconocible en época seca). Vuelvo relampagueante a Pedro Ruiz, porque para mi suerte una camioneta aceptó un aventón, caso contrario hubiera tenido que esperar no sé cuánto hasta que aparezca un mototaxi. Es alrededor de la 1 p.m. Ipso facto me traslado a San Carlos (nuevamente, no Cuispes), para encontrarme con la, también gigante, «doncella de Amazonas»... en la siguiente entrada.